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ENSAYOS SOBRE LA VERDAD julio 29, 2009

Posted by Rodrigo Martínez Casás in 1.
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Dos ensayos acerca de la verdad – Dr. Emilio Komar

 

 (A) La vitalidad intelectual

 El curso completo esta dividido por cinco capítulos que hacen a las cinco reuniones en las que se expresó el mismo. A continuación expondremos los mismos aunque nosotros nos dedicaremos a los dos últimos tan sólo: 1. La paradoja del órgano como obstáculo; 2. Una enseñanza medieval: natura naturans, natura naturata; 3. Los hábitos y la formación intelectual; 4. El conocimiento apasionado; 5. Espíritu de verdad y espíritu de posesión.

 El conocimiento apasionado:

 Conocimiento y afectividad.

El alma en el hombre anima no solo las funciones espirituales, es decir, racionales, sino también funciones vegetativas y anímicas. No solamente emerge de manera consciente de todo el ser humano sino que queda sumergida en lo hondo del organismo. Decimos con toda el alma cuando el hombre vive de un modo pleno una realidad, un problema, una circunstancia y se compromete frente a ella.

Así también se puede hablar de un conocimiento apasionado, pues quien conoce es todo el hombre a través de la inteligencia y de los sentidos. Es el hombre total quien participa del conocimiento y el alma es la que vibra en todas sus dimensiones. Es imposible verdaderamente conocer, sin que el hombre sienta lo que conoce: cuanto más hondo es el conocimiento, más vibra toda la realidad humana en él. Por eso el auténtico conocimiento es necesariamenteapasionado.

Muchas veces se dice que es preferible orar con prescindencia de lo afectivo, con frialdad, y al decir esto se comete un gran error. Sin duda la pasionalidad puede perturbar el conocimiento, pero esto sucede cuando el objeto de la misma no coincide con el objeto de conocimiento, es decir, cuando el hombre se encuentra bajo el efecto de la ira o de otra emoción. Pero cuando la vibración pasional coincide con el objeto del conocimiento, no hay ninguna perturbación. Ejemplo de esto es la exclamación admirada y apasionada de Alfred North Whitehead, acerca de “la divina belleza de las ecuaciones de Lagrange”, mientras que estudiaba con gran interés un tema de su especialidad.

 La voluntad apasionada.

Por otra parte, no todo lo que se llama pasional es estrictamente tal. Se llama pasional en sentido propio a la afectividad sensible, pero hay que tener en cuenta que también existe una conmoción espiritual, la voluntad racional vibra. La voluntad humana no es inconmovible sino esencialmente conmovible.

Antonio Rosmini distingue dos aspectos de esa potencia: la voluntad afectiva y la voluntad efectiva. La voluntad siempre recibe un primer impacto de la realidad, de lo que los modernos llaman valor, o en términos clásicos del bien. La vivencia valoral no es otra cosa que la reacción de la docilidad de voluntad afectiva, de la voluntad espiritual, racional, frente a los valores de lo real.

Algunos pensadores modernos han elaborado una teoría de los valores, en la que la voluntad tiene un lugar muy apartado, se halla fuera de la vivencia. Para ellos la voluntad es solamente voluntad efectiva: es la que domina al hombre y lo empuja a ejecutar una acción. Pero la voluntad también es capaz de vibrar ante los valores, es también voluntad afectiva. Y esta reacción primitiva de la voluntad anterior a toda decisión, es también un acto espiritual. En el hombre hay muchos actos espontáneos que son de naturaleza espiritual, pertenecen a lo que la antigua escolástica llamaba: voluntas ut natura, la voluntad como naturaleza, en contraposición con la voluntad deliberada, o voluntas ut ratio.

 Las pasiones iluminadas por el conocimiento.

 La apertura del hombre a lo real es el punto de partida para el desarrollo de una vida plenamente humana. Apertura y docilidad son actitudes insoslayables, que permiten la sensibilidad, tomando este término en sentido amplio, que incluye lo pasional y lo espiritual. Es imposible ser inconmovible frente a la realidad natural, pues, por ser creación, está llena de valores y logos, por lo tanto nunca nos deja indiferentes.

El despliegue de la propia esencia se consigue a través de los actos humanos rectos que, a su vez van formando hábitos buenos, es decir, virtudes. También hay en el trabajo de la vida ética, en los actos humanos, momentos de rectificación, y de autodominio. Este último aspecto fue el que figuró en primer lugar en algunos pensadores griegos, principalmente entre los estoicos: la encráteia. Para ellos el hombre debía ser dueño de sí mismo, de sus emociones, para ello no debí conmoverse por nada, no podía permitirse ninguna expresión sensible. En la edad moderna, el racionalismo que identifica al hombre con su razón, vuelve a desvalorizar la pasionalidad del hombre; esta constituye una capa inferior del ser humano que debe ser eliminada. En el campo de la ética renace el ideal estoico. Hay páginas acerca de la afectividad del gran racionalista alemán Cristian Wolff, que son tremendas, verdaderamente inhumanas. Lo óptimo es el hombre insensible, , la sensibilidad debe ser aplastada, eliminada, anulada. La única virtud para ese racionalismo ético, de raigambre estoica, era la del autodominio, la encráteia de los griegos.

El ideal al que hacemos penetró en la práctica cristiana a causa de la excesiva asimilación de la filosofía del momento, por algunos autores espirituales.

Santo Tomás siguiendo a Aristóteles, enseñaba que el puro autodominio significaba una percepción muy vaga, pues el puro freno de la espontaneidad afectiva, tiene algo de virtud y mucho de vicio. Tiene algo de virtud porque quien se domina no hace prevalecer sus impulsos pasionales acríticamente, hace prevalecer la razón. Pero a la vez tiene mucho en común con el vicio: comparte la vehemencia de las pasiones, es decir, las pasiones no han sido transformadas por la luz de la recta razón y por la voluntad ordenada, sino que simplemente han sido aplastadas. Se ha producido lo que modernamente se llama represión, refoulement. Sólo se alcanza un orden extrínseco, que en cualquier momento puede explotar por la presión de lo interiormente desordenado, y eso es lo que ocurre en los estados típicos de refoulement.

La virtud, en cambio, como la concebía la tradición clásica aristotélico-tomista, bernardina, tiene que ser hilemórfica, acorde a la naturaleza humana psico-física. Si el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, ninguna perfección humana puede ignorar este status fundamental del hombre. La verdadera virtud necesita comprometer o incluir todo el material pasional en el quéhacer ético. El virtuoso no es aquél que aplastó sus fuerzas pasionales, sino el que las ordenó. El pecado original desordenó la vida pasional que naturalmente tiende a obedecer a la razón.

 La vida pasional no es un obstáculo para la vida intelectual.

Passiones sunt anturaliter oboedibiles rationi. Las pasiones son naturalmente obedientes a la luz natural de la razón. Esta es una tesis de la doctrina tomista tradicional, y significa lo siguiente: las pasiones no son hostiles al orden. Todo lo contrario: una pasión que está desordenada nunca llega a su estado natural de virtud.

 La pasión se llama así porque es un padecimiento. En latín, passio, significa padecimiento. La pasión es un efecto de un pathos que viene de afuera, nos encuentra en una actitud pasiva y por eso uno se apasiona activamente. Este aspecto pasivo de la pasión escandalizaba a los estoicos y a los iluministas en general, pues no se admite que un estado anímico tenga origen fuera de la propia iniciativa. Lo que escandaliza, entonces, es la heterogeneidad, no la jerarquía moral.

 La pasión cuando es ordenada, es objetiva y unitiva. Objetiva significa aquí realista, adecuada a la realidad de las cosas. Lo real nos produce un impacto, nosotros lo padecemos, y en cierto sentido nos unimos a esa realidad objetiva. Toda pasión, todo afecto vivido, nos hace experimentar un vínculo, o, tratándose de un afecto negativo, un rechazo de vinculación.

 Las pasiones no son hostiles al orden. Una afectividad es ordenada cuando es adecuada, proporcionada a la realidad de las cosas. Aristóteles en la Ética a Nicómaco, afirma que un temor es recto, cuando se teme el peligro en la medida que es temible, ni más ni menos. Y cuando define al hombre temperante dice que es aquél que goza cuándo debe, cómo debe y en la medida que debe.

Las pasiones son obedientes a la luz de la razón: solamente por la luz de la razón, pueden llegar a su estado de plenitud natural. Este es un aspecto importante de la condición del hombre, que hoy debe ser tenido en cuenta por la psicología profunda. La luz de la razón y la fuerza de la voluntad recta, tiene que impregnar siempre las capas más hondas, más profundas y más ocultas de nuestra sensibilidad. De esta manera el hombre, unificándose se simplifica. Podemos pensar, que en la gloria, el hombre va a llegar a tener su perfección simplificada, lo que va implicar la mayor unidad posible dentro de los límites de la esencia humana. Entonces, esa gran unidad se hará imposible sin un cuerpo transfigurado, es decir, dentro de la totalidad del ser humano., comprometida en el gozo de Dios. La vida virtuosa es como una débil prefiguración de aquella unidad simplísima que será la última perfección en la gloria.

En consecuencia, la pasionalidad, la sensibilidad, no tienen que ser excluidas sino ordenadas. Incluirá un momento de lucha para lograr el orden, pero es una lucha más dura, más tenaz, más paciente y fecunda que la que se necesita para reprimir y aplastar a las pasiones.

En la vida moral, sustituir la práctica de las virtudes por el autodominio obstaculiza la apertura a lo real, y si el hombre no conoce la verdad de las cosas, no puede llegar a ser recto. Obrar rectamente significa obrar según la recta razón y esta es aquella que se guía por el orden de lo real. Cuando falta una actitud de atención a la realidad, se pierde desde el inicio la rectitud de la voluntad. En la medida que el hombre no esté en contacto con la realidad objetiva, ya deja de ser recto pues la rectitud de la voluntad proviene de la inteligencia.

 Realismo cognoscitivo y realismo afectivopasional.

Es, por lo tanto, necesario una apertura cognoscitiva que nos permita ver cómo están las cosas, para poder luego querer aquello que indica la realidad. De este modo se gesta un amor recto y lúcido, no un amor ciego. Así como la fe pide la inteligencia –según señala San Anselmo–, el amor también la solicita. Por eso San Agustín también usa la expresión amor bene discernens, es decir, amor que discierne bien, amor que es crítico en sentido positivo. El amor pide luz y la luz intelectual al presentar mejor al ser amado, hace posible también amarlo mejor.

El hombre tiene por naturaleza esa capacidad de abrirse a lo real, conmoverse por su sentido profundo, y obrar en consecuencia. Concebir a la persona como un ser inconmovible es deshumanizarlo, y pensar que es sólo conmovible en el sentido de las pasiones sensibles es desfigurarlo.

Santo Tomás de Aquino escribió una cuestión en la Summa Theologica, donde se pregunta si la insensibilidad es pecado y responde afirmativamente.

Para grandes autores idealistas el hombre insensible ha sido un tema central y ha sido llevado al terreno de la educación durante varios siglos. Esta incapacidad de conmoverse es falseada a menudo bajo el ropaje de sensatez. Una persona sensata es la que no se conmueve. Nada más ajeno a la naturaleza humana. Hay un conmoverse ordenado de la persona, que se alcanza con el ajuste al orden real. Si hay realismo cognoscitivo, habrá también realismo afectivo y realismo volitivo, porque todas las potencias del alma tiende a sujetarse al estado real de las cosas para alcanzar su plenitud.

La sensatez no está en la inconmovilidad afectiva, al contrario, no conmoverse frente a aquello que debe conmovernos constituye un gravísimo defecto y a la larga, insensatez. Las ciencias, las artes, la filosofía, requieren la fuerza de una afectividad recta. Albert Einstein al referirse a Max Plank, el fundador de la física cuántica, dice: “Muchas veces he oído que sus compañeros tienen la costumbre de atribuir esa actitud (refiriéndose a la inmensa paciencia y persistencia en la investigación), a sus extraordinarios dones de energía y disciplina. Creo que están en un error. El estado mental que proporciona en este caso el poder impulsor, es semejante al del devoto o al del amante. El esfuerzo largamente prolongado no es inspirado por un plan o propósito establecido. Su inspiración surge de un «hambre del alma»”. En otro lugar el mismo Max Plank, habla del inmenso gozo que él experimentaba siempre, cuando de un caos de datos surgía la más sublime armonía de leyes físicas. Justamente este gozo frente a la armonía constituye, el mayor estímulo para el investigador.

 El entusiasmo en la vida intelectual.

 Platón enseñaba que es imposible alcanzar ningún saber, menos aún, un alto saber como es el filosófico, el de la sabiduría, sin entusiasmo. La etimología de entusiasmo, está muy olvidada. Entusiasmarse significa, llenarse de Dios. Esto es literalmente posible, pues la realidad es creada por Dios, tiene un contenido divino. Es a lo que apuntaba San Buenaventura cuando afirmaba que todas las cosas hablan de Dios. Esa presencia divina en las cosas es lo que maravillaba a Max Plank y de la cual habla Einstein como el objeto que puede saciar el hambre del alma, de gozar de la maravilla, de la armonía de las leyes de la naturaleza. Cuando contemplamos ese contenido íntimo de las cosas, damos con algo divino, y esa realidad divina penetra en nosotros y es la causa de nuestro entusiasmo porque nos llena de Dios. Por lo contrario, cuando las cosas son meros objetos, amputados de ese fondo divino, se convierten en nociones, conceptos y fórmulas manipulables.

Cuando el conocimiento es profundo contiene un gran entusiasmo. El realismo es inseparable de cierto entusiasmo. Cuando conozco me hago otro en cuanto otro, no reduzco  lo otro a un concepto mío, sino que implica una entrega a la cosa. El conocimiento realista exige que nosotros nos entreguemos a lo real, para que la realidad nos llene con su logos. Aquí se encuentra el verdadero sentido de la expansión, del conocimiento.

La capacidad de hacerse otro en cuanto que otro, permite la endopatía o envivenciación: la conmoción por la riqueza de la creación. De este modo, lo cognoscitivo y lo afectivo de manera alguna se excluyen sino que viven íntimamente relacionados.

Inteligencia y amor: una raíz y destino común.

 Como dice el metafísico catalán Jaime Bofill y Bofill, lo importante no es contraponer la inteligencia a la voluntad sino reconocer su común raíz y su común destino. Su raíz común en el ser humano y antes en Dios, y su destino común en Dios. Pues no son dos modos distintos de acceso a Dios sino dos aspectos rigurosamente complementarios de un dinamismo por el cual la persona busca alcanzar a Dios.

Toda la realidad proviene de las manos de Dios, porque la creación es pre-pensada y pre-amada por Él. Luego, lo real inspira interés intelectual pero a la vez, estimula nuestra capacidad de amor. por eso las cosas hondamente conocidas terminan por ser amadas y las cosas de veras amadas, terminan por ser bien conocidas, porque el amor postula la luz, ya la luz, el amor.

Se trata de una común raíz porque el ser, lo que hay, lo existente, incluye en sí la actualidad que lo hace existir y repercute sobre nuestra capacidad cognoscitiva, iluminándola.

La raíz es común pero también lo es la finalidad, el destino, porque todo lo que se nos impone cognoscitivamente, en el fondo también busca imponérsenos afectivamente. Es destino de toda la realidad es Dios. Si la realidad es creación, cuando más se estudia la realidad y más se trata de entenderla, más se la ama y más cerca se está de Dios.

Espíritu de verdad y espíritu de posesión.

a) Estructura dialogal de la realidad.

 Omnis res duos intellectus constituta. Toda la realidad está situada entre dos inteligencias, dice Santo Tomás. De este modo, un ser natural creado por Dios se encuentra entre la inteligencia de quien lo conoce y la inteligencia de Dios que lo creó. También las cosas hechas por el hombre: una obra de arte, una artesanía, un escrito, una palabra, y una carta, cualquier cosa hecha por el hombre, está puesta entre dos inteligencias: la que la concibió y la ha hecho, y la inteligencia de aquel que la conoce o puede llegar a conocerla. Podemos decir entonces que todo conocimiento tiene una estructura dialogal. Cuanto más inteligencia tuvo el creador, tanta más luz tiene la cosa y tanto más puede iluminarnos.

 Omnis res duas voluntates constituta. Toda cosa esta constituida también entre dos voluntades, entre dos corazones. Un corazón que amó la cosa y la realizó, y por eso la cosa resulta amable, atractiva, o como dicen los griegos, agapetón. Si una cosa ha sido hecha sin amor, difícilmente inspira amor a alguien. lo que ha sido hecho con amor es atractivo a los otros: ya sea una carta, un plato de comida, o una obra de arte. El amor también tiene una estructura dialogal y a través de esa estructura se produce un dinamismo unitivo.

La nuestra es, pues, una visión de la realidad absolutamente personalista, el universo es revelación de un ser divino personal a las personas humanas.

Todo conocimiento por su parte, es unitivo también por otra razón: por aquello que dijimos acerca de que, conocer es hacerse otro en tanto que otro. conocer es salir de sí mismo, encontrar una expansión, una realización, hacerse otro en tanto que otro y olvidarse de sí. El conocimiento realista se une al objeto, del mismo modo que la afectividad. Una theoría ton ónton, una contemplación de las cosas, debería estar acompañada de esta dimensión de simpatía.

El inmanentismo, tanto cognoscitivo como afectivo, en cambio, es una tortura de Tántalo, pues mientras el conocimiento nos empuja a hacernos otro en tanto que otro y la afectividad a asimilar aquello que esta fuera de nosotros, esta doctrina considera ilusoria la posibilidad de un dinamismo intencional.

Así como la inteligencia y el amor tienen una raíz común que es el ser, y un último análisis, el fundamento de todo los seres que es Dios, así también la inteligencia y el amor, tienen un común destino: una unitio, una unión con el ser, con los seres y a la larga con Dios.

 b) El sentido del ser y el sentido de la posesión.

 La vida intelectual y la vida afectiva necesitan una disposición previa a sus actividades, que podríamos llamar con Marcel de Corte, sentido del ser:

 “Entendemos por el sentido del ser o sentido metafísico esta disposición íntima del conocimiento humano, hecha de un espíritu encarnado en la vida, por la que el hombre entra en contacto amistoso y fraternal con las cosas y las personas que lo rodean, no solamente en su materialidad bruta y en su representación sensible, o en tanto símbolos de un mundo superior, sino en cuanto realidades singulares –ex–sistentes–, porque son como el hombre mismo, independientes de él y provistos de esta perfección indefinible e inconceptualizable que es el existir”.

El conocimiento humano no es el de un espíritu desencarnado, abstracto, o sólo racional, que se mueve entre ideas. De ahí que la actitud racionalista sea contraria al sentido del ser. Otra actitud afín y contraria el sentido del ser es el pragmatismo, que lleva a una indiferencia por el valor en sí de las cosas más allá de su utilidad. Es difícil transmitir el impacto existencial desde las nociones, o a una actitud pragmática. Este se transmite más bien desde la vida. Cuando se vive la realidad de las personas, los animales, o las plantas y se goza de ellos, se conoce el sentido de la existencia de lo singular.

Es difícil llegar a la existencia desde el esencialismo, decía Hôlderin, quien pensó lo más hondo ama lo más vivo; pues lo más hondo es la existencia, es el gran misterio y la gran maravilla. La realidad es esencialmente y existencialmente profunda.

La verdad se apoya en el ser, y como el ser creado participa del Increado, del mismo modo la verdad creada, limitada, participa de la Verdad ilimitada, increada. En el devenir y la multiplicidad de este mundo, participamos así, en fragmentos muy pequeños y efímeros, de la Verdad infinita e ilimitada, poruq esa Verdad es Dios, es fuente de todo ser y de toda verdad. de ahí que San Agustín afirme: “Esa Verdad no puede dercirse tuya, ni mía, ni de nadie, sino que pertenece a todos los que ven realidades invariablemente verdaderas. Es el fulgor secreto y público que de arte maravillosos esta presente a todos y a todos se comunica.”

 Ese secreto es inagotable y de allí brota la fuente de la verdadera posibilidad de expansión de la vida intelectual. Concebir a un ser es re–concebirlo, entender algo de aquel Conocimiento que le dio a la existencia.

El espíritu de verdad supone el sentido del ser. La verdad como adecuatio, adecuación –u omoíiosis, del griego también adecuación–, implica el sentido del ser, en tanto conciencia de la infinita posibilidad de adecuación. Nunca acabamos de conocer, de entrar en la luz que proviene de la existencia d lo real. El conocimiento es una amistad, infinitamente perfectible.

 Este sentido del ser lleva al que el verdadero conocimiento sea un borrase ante el objeto. A la transmutación de la tendencia a dominar las cosas mediante el conocimiento, por una actitud subjetiva de admiración y docilidad.

 Cuando la realidad es vivida en el conocimiento y en el amor, no es difícil olvidarse de sí mismo. El conocimiento y el amor son naturalmente ex–táticos.

 El sentido de posesión es lo opuesto al sentido del ser. Estas dos actitudes son incompatibles. No se pueden poseer los conocimientos del mismo modo que los bienes materiales. En este caso, la vitalidad intelectual disminuye. Los conocimientos que son exteriores, como los bienes materiales, son inútiles. Inflan el espíritu, como dice Lavelle, en lugar de esclarecerlo.

Una visión cosista impide tener una relación vital con los seres. Por este camino se introduce la muerte, porque la muerte significa ausencia de vida. O una muerte relativa, –como afirma el existencialismo– que es la angustia, sentimiento de muerte, muerte parcial, de un sector de nuestro ser que despierta angustia.

La actitud del haber, en términos de Marcel, impide por lo tanto, esa complicidad con el Creador, esa relación dialogal y el mundo se despersonaliza, se cosifica y objetiviza en sentido estricto.

El primitivo animismo tuvo como contrapartida una exaltación de la vitalidad afectiva. Hoy en cambio estamos orgullosos con nuestra civilización del haber en la que se trata todo como cosas, incluso a los hombres, a pesar de que esto signifique una involución a nivel espiritual. La industrialización lleva a la despersonalización. La mentalidad del haber, es una mentalidad de la avidez, de adquisición y de avaricia, incluso en el campo de las ideas. De ahí que Maritain relaciones el racionalismo con el espíritu burgués. El espíritu de conquista impide apreciar la belleza, el bien y la verdad de lo real, lo no útil. Por el contrario, según Mounier, el sentido vivo de un don recibido, de una revelación es inseparable a toda experiencia intelectual auténtica. Y la generosidad no es otra cosa que la respuesta irreprensible que el don da al don, lo gratuito a lo gratuito. Esta tesis de Mounier, por sorprendente que parezca, no está tomada de un libro de filosofía, sino del Tratado del carácter, en el que se pregunta por el modo de funcionar de la inteligencia.

Emparentado íntimamente con el espíritu de posesión, está el espíritu de dominio. El espíritu o voluntad de poder constituye una tremenda ilusión de vitalidad. Heidegger en un libro sobre Nietzsche, hace un análisis de los antecedentes de la voluntad de poder nietzscheana. Descubre antecedentes en el romanticismo e idealismo alemán. Un antecedente se encuentra en el romanticismo alemán, en la idea de voluntad de vida, y en la concepción de Fichte sobre la voluntad de voluntad. En última instancia la voluntad de poder es voluntad de voluntad, pues la voluntad misma es un poder. Hay voluntad de poder o voluntad de voluntad, donde no hay voluntad propiamente dicha. Es cuando el hombre autónomamente quiere poner en marcha un proceso. La voluntad humana en realidad no se mueve a sí misma en su dinamismo natural, sino que su espontaneidad, es respuesta al valor presente en las cosas.

Nuestra libertad no consiste en crear de la nada una corriente de voluntad y de poder, sino en escrutar los distintos estímulos que recibimos y elegir entre ellos, dando primacía a los más valiosos, a los más rectos.

La educación de la voluntad no debe limitarse a la voluntad deliberada, sino que debe atender también al primer movimiento espontaneo de la voluntad, a su poder ser atraída por el valor de las cosas. Las buenas decisiones no arrancan de la nada sino de la atracción de los valores, de la repercusión del ser sobre nuestra afectividad. Cuando el hombre se cierra a lo real, disminuye la atracción de los valores que es la verdadera fuente de vida afectiva.

La verdadera fuente de vitalidad es la realidad de las cosas: el alma humana anhela el ser, decía Platón; Hôlderin, quien pensó lo más hondo ama lo más vivo. Todo lo que desontologice lo real, peca contra la vida, impide el natural acceso al logos intrínseco de las cosas, impide que seamos fecundos por él. El hombre, como dijimos, es un ser hambriento de logos y se siente a gusto cuando su vida cotidiana esta llena de sentido y sufre por el contrario cuando choca con el absurdo y con la superficialidad que desorientan y debilitan la vida.

 (B) La verdad como vigencia y dinamismo

El curso completo esta dividido por 19 temas en los que se expresó el mismo. Sólo trataremos los siguientes: Valor y vigencia, Conversión a la verdad, La verdad es inexorable, Tolerancia, Verdad y Presencia. Sobre los temas pertinentes únicamente expondremos fragmentos significativos. 

Valor y vigencia 

El contacto con la realidad es contacto con el ser real, con lo que de veras existe, con algo firme y no ilusorio. Si la realidad fuese solamente un conjunto de hechos en los cuales no encontramos ningún sentido, sería difícil entonces, hablar de verdad. si fuese un conjunto de hechos tomados empíricamente, nominalísticamente, carentes en sí mismo de orden, de jerarquía, de sentido, obligaría al sujeto a elaborar una jerarquía para aplicarla a esta realidad, y poder así organizarla desde afuera.

Pero aquí no convienen mucho hablar de verdad, porque la verdad ha sido fácticamente construida. Pero a esta verdad fáctica carece de sentido intrínseco, y así carece de valor. Porque donde hay sentido hay valor y donde hay valor hay sentido. Pongamos en lugar de valor la palabra vigencia, porque valor es aquello que vale, que es vigente para nosotros o para los demás. (…)

Si, no vea el sentido de las cosas, ni su valor, mi mente carecerá de alimento, no se desarrollará, no vivirá, y mi voluntad y mi afectividad no se sentirán estimuladas por la atracción de los valores. Se creará, si es lícito decir, un problema energético: todas las cosas serán medios para mi, y el único valor, quizás, que surgirá en ese desierto de valores, seré yo mismo. (…)

Para Edith Stein, el hombre vive en un conjunto de sentidos, que es también, un conjunto de vigencias. Pero vigente es aquello que de verás existe. (…)

El título de esta charla es “La verdad como dinamismo y vigencia”. Dinamismo significa que hay una tendencia, una voluntad que busca permanentemente la verdad. que el hombre, por más que no quiera saber nada de la verdad, no puede sino buscarla. Pero vista la interioridad desde afuera del hombre, como mirando adentro suyo, lo que es verdadero, es vigente en él y lo que no es verdadero no es vigente, no tienen ninguna consistencia. El hombre no crea el mundo de la nada, sino que amplía la Creación Divina, la explícita. En la medida en que se ilusiona y viva en el aire, puede resistir un tiempo, pero a la larga su personalidad se desploma porque no puede sostenerse fuera de la verdad. la verdad es una vigencia, lo que de verás es vigente; las puras modas y los puros usos sociales son falsamente vigentes (…). lo que el hombre necesita es descansar sobre algo, estar seguro. Por eso busca la verdad en el conocimiento científico, religioso, político. Quiere llegar a la vigencia porque todos los envoltorios, los embellecimientos, se caen, y no interesan. En el fondo al alma humana le interesa el ser, lo que de verás es.

 Conversión a la verdad

 ¿Pero a qué se convierte el hombre? Fundamentalmente a la verdad. tiene que salir de sí mismo, para encontrarse, salir de su encapsulamiento. Hay dos actitudes cognoscitivas fundamentales: una, dominante que es la de Kant, donde “la razón tiene que presentarse a la naturaleza llevando en una mano sus principios, los únicos que pueden dar a la concordancia de los fenómenos la autoridad de leyes. La razón pretende darse a la naturaleza no como un escolar que se deja enseñar a voluntad del maestro, sino al contrario, como el juez en funciones que obliga a los testigos a responder a las preguntas que les hace”. El hombre pregunta, exige, saca cosas, él manda. En cambió, Hegel en la “Enciclopedia de las ciencias filosóficas” cuando habla de la atención, dice: “La atención exige ante todo un esfuerzo, porque el hombre cuando quiere comprender un objeto debe hacer abstracción de todas las cosas que a miles se agitan en su mente, de sus intereses habituales, hasta de su propia persona, para dejar dominar en él mismo sólo las cosas. La atención contiene, entonces, la negación del propio hacerse valer y concederse únicamente a las cosas, dos momentos necesarios para la perfecta eficiencia del espíritu”. Esta es la actitud de verdad: no querer dominar, imponerse, no sacar de la realidad lo que me interesa, no obligar a la realidad a que me conteste mis preguntas, sino entregarme al sentido de las cosas, descubrirlo y descubriendo el sentido de las cosas, descubrir el mi propio sentido. (…)

 cuando nuestros deseos se dirigen a algo que es poco lúcido, poco claro, no pueden sino confirmar una tendencia indefinida y desmesurada por esencia. Todo el pan de este mundo no nos puede satisfacer la sed, pero unos vasos de agua sí, nos aplacan la sed. Lo que no es propio para apagar la sed, no puede aplacarla aunque este en cantidades infinitas…

 La verdad es inexorable

 La inexorabilidad  de la verdad crea a menudo situaciones difíciles: uno tiene que decidir, de tomar posición, optar. Entonces es preferible quitarle a la verdad el carácter de inexorable. Sin embargo, en la vida las decisiones fundamentales están hechas sobre la base de opciones acerca de las verdades inexorables. (…) Es el carácter inexorable de una decisión, de una verdad que hay que acatar lo que nos obliga a vivir plenamente.

Siempre hay una cierta irresponsabilidad infantil, la de no enfrentar los problemas de la vida. El hombre madura enfrentando las responsabilidades y si rehuye a sus responsabilidades su maduración no progresa.

 Tolerancia

Erasmo dio una nota negativa a lo que significaba la tolerancia: para él consistía en nunca compromenterse a algo, nunca aceptar riesgos grandes, ni enfrentar nada. Komar nos da otra y más auténtica perspectiva sobre lo que hay que hacer.

 La tolerancia en sentido realista significa dos cosas. En primer lugar, tolerancia con respecto a lo diverso y lo distinto. El mundo es muy diversificado, los hombres son muy distintos entre sí. (…) Cuando nos encontramos con algo distinto, tenemos que ser tolerantes. La tolerancia es el precio de la amplitud y la persona que no soporta lo distinto termina encerrándose en lo mismo, no ve nada, porque lo distinto no siempre es interesante, no siempre nos calma, al revés, es a menudo chocante. El que reacciona así se refugia en la sonrisa, porque toma el patrón de dos o tres ideas que tiene en la cabeza como patrón universal. En el fondo no tiene paciencia, porque la tolerancia es una forma de paciencia. Hay que aprender a tolerara lo otro, lo distinto.

El segundo campo es la tolerancia de la miseria humana, lo defectos que tenemos, nuestros vicios, nuestras deslealtades. (…) Las miserias son muchísimas y no es fácil ver al realidad tal cual es. Quien vive realísticamente tiene que ver sus defectos propios , los de su mujer, los de su mejor amigo, y no tiene que asustarse con la traición. (…) …hay que contar con la miseria y para esto se necesita mucha tolerancia.

 Hay una tolerancia más del tipo eramista que considera que ninguna verdad es verdad, solamente hay distintas interpretaciones. (…) Decir esto me dispensa de adoptar una actitud y me dispensa de tomar una decisión. Así puedo seguir en un cómodo neutralismo que no se puede decir que sea muy útil al hombre sino que más bien, podría ser muy perjudicial. Como decía Kierkeggard: “Donde nada se decide, nada pasa”. Allí no hay un centro. (…) La persona humana es un centro o de lo contrario no es persona humana. Hay que decidir sobra las cosas que la vida nos trae delante de la nariz y sobre las cuales tenemos que pronunciarnos…

 

Verdad y Presencia

 

Si no hay verdad, hay fuga. Es decir, el que miente sabe que miente, entonces conoce la verdad. aquél que no conoce la verdad no miente, sino que está en el error, está confundido: por esta razón el mentiroso no puede instalarse en sí mismo, no puede estar en sí, porque en la interioridad, estando sólo consigo mismo, es muy difícil sostener la mentira, y por eso la mentira sólo puede ser sostenida frente a los demás, frente a terceros. (…) La falsedad termina siempre en lo externo, fuera, entonces uno no esta presente a sí mismo, y por esto mismo no puede estar presente al otro. La verdad fundamenta la presencia y si no hay verdad no hay presencia. (…)

El problema de la presencia es cuestión de vida o muerte. La vida humana se lleva a cabo en la presencia y sin la verdad no hay presencia y sin presencia no hay vida humana.

 Entonces, diremos que si la verdad es a l presencia y ésta es a la verdad, entonces, si la presencia es a la vida humana, la vida humana es a la verdad. Estas relaciones nos regalan tres principios: la presencia es a la verdad; la presencia es a la vida humana y la vida humana es a la verdad. la interpretación es simple: en la medida de que el hombre este en su interioridad, es decir se encuentre en paz con uno mismo, conozca lo propio de cada uno, sólo así estará presente con su ser, estará seguro de permanecer en la verdad, y por sobre todo será lo que es: un ser humano atento, recto, y verdadero.  


El autor de ambos es Emilio Komar, el primero fue dictado en 1966 y el segundo 1978. Aquí expondremos algunos puntos de estos dos magistrales cursos de filosofía.

 El subrayado al igual que las negritas de la totalidad del fragmento es mío, es decir del Prof. Rodrigo Martínez Casás y no del texto en cuestión. 

Del Prólogo del libro de Max Plank, ¿A dónde va la ciencia?

 Marcel de Corte, Philosophie des moeurs contemporaines, Bruxelles, 1994, p. 50

lderin, Gedichte, Aubier, París, 1943, p. 153

 San Agustín, De libero arbitrio, 2, 12, 33

 emmanuel Mounier, Traité du carateré, Du Seuil, París, p. 643

 cfr. Kant, Crítica de la razón pura, prólogo a la segunda edición. 

 Parágrafo 448.

 Dicese: inflexible, implacable, dura, inapelable.