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IDENTIDAD Y ESTATUTO DEL EMBRIÓN DESDE EL PUNTO DE VISTA METAFÍSICO noviembre 14, 2008

Posted by Rodrigo Martínez Casás in Filosofía General.
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I. Identidad y estatuto ontológico

El instante de la hominización. Tiempo y eternidad.

La embriología nos muestra y nos ofrece el punto exacto desde el cual debe partir la reflexión filosófica en este tema.

La constitución instantánea del cigoto, pone de manifiesto un plan o, mejor aún, una organización (dispositiva) de la materia viva; en el lenguaje tradicional de la Escuela, se trata de la constitución instantánea de la materia (segunda) de la cual (ex qua) apta para ser (y lo es en ese instante) éste embrión humano. Simultáneamente, la determinación actual, en el instante, del cigoto como tal, no tendría actualidad sin el principio determinante que le hace ser este embrión y no otro; este principio intrínseco determinante le confiere o da el ser este embrión (forma dat esse). Por eso, según la metafísica realista, la constitución dispositiva de la materia (instante de penetración del espermatozoide en el óvulo y unión de ambos en una sola célula) coincide con la animación que hace que sea este embrión uno, singular, ontológicamente idéntico, irrepetible. De modo que fecundación, animación, hominización, no solo coinciden y están en la misma línea sino que se identifican en el instante. Esto no significa que el alma humana exista antes de la fecundación o después de ella, sino que es simultánea en el instante (presente) de constitución del cigoto. La embriología moderna ha venido en auxilio de la metafísica la cual, ahora, dispone de la información suficiente para afirmar la identidad, tanto temporal como ontológica, de fecundación instantánea y animación de este todo-uno que es el hombre. Ni la materia segunda ni la forma son pensables como existiendo antes o después: simultáneamente se unen en el instante inicial.

Gracias a la embriología moderna sabemos que el cigoto, resultado del acto de fecundación, trae su intransferible programa genético; que es un todo-uno singular, constitutivamente distinto de la madre y autónomo en su orden. No es, en relación con la madre, como un miembro o un órgano que es parte integral del todo biológico materno; en ese sentido, el embrión “anida” en su útero y ella lo “tiene” y lo “lleva” consigo; le alimenta y abriga mientras se desarrolla, pero el embrión no es parte integral suyo. Por el contrario, esta verdadera maravilla de organización que es el embrión, tiene un acto de existir que le es propio; en realidad, es lo más íntimo suyo hasta el punto que se podría decir que éste su mismo acto de existir es más íntimo que su misma intimidad. El embrión, pues, tiene o participa de un acto de ser que le es intransferiblemente propio.

Como se ve, la reflexión metafísica supone el aporte de la ciencia empírica; en ese sentido, acepta y utiliza los datos que han pasado por el tamiz de la verificación legítima e intenta solucionar por medio de la deducción científica legítima los problemas últimos que trascienden la verificación sensible; reitero, pues, que estos problemas son considerados con método rigurosamente científico que es la deducción metafísica. Naturalmente, un empirismo reduccionista, una “argumentación” que supone un análisis (previamente declarado antimetafísico) del lenguaje, o un relativismo desconstruccionista, o esa suerte de no-pensamiento que es el “pensamiento” de desfundamentalista, han renunciado desde el comienzo a solucionar el problema de la unidad y estatuto del embrión humano; en el fondo, estas corrientes sofísticas (que no filosóficas) de hoy, están en pugna con los meros datos de la ciencia empírica, de la embriología y hasta de la simple y sencilla observación común.

Si regresamos a lo esencial, he dicho antes que el embrión tiene un acto de existir que le es intransferiblemente propio. En tal caso es inevitable concluir que semejante acto no es donado al cigoto ni por si mismo, ni por los padres. Lo primero es impensable, porque nada existe antes de existir; lo segundo es imposible pues los gametos disponen de la totalidad de la materia organizada pero no pueden donar el acto mismo de ser. Y como dar el efecto (el cigoto) el acto de ser es la creación, no debemos temer la conclusión que se impone por sí misma: sólo Dios, que es el mismo Ser Subsistente que no “tiene” el acto de ser sino que es su ser, puede donar al embrión su mismo existir (participado). En ese sentido, es Dios la causa eficiente, primera, absoluta, principal y principial; en el acto supremo del amor humano –en la unión sexual- varón y varona son las causas eficientes por participación y, como tales, segundas, principales en su orden de disposición de la materia y la causalidad eficiente de los padres, en su mismo causar dispositivo y principales subordinadas en cuanto dan principio o comienzo. Luego, la causalidad eficiente de los padres, en su mismo causar dispositivo y coadyuvante, premovido desde el comienzo hasta el fin de la operación por la causalidad de la Causa absoluta, disponen de la materia organizada: el cigoto con sus 46 cromosomas; pero absolutamente, es Dios en cuando Causa eficiente primera, quien dona –en el instante- el acto de ser del embrión humano. Por tanto, Dios no causa por un laso el cuerpo y por el otro el alma que confiere ser tal embrión, sino que causa el todo del embrión como un singular irrepetible que participa de un inicial y singular acto de ser. La animación u hominización no puede ser, por consiguiente, antes del encuentro de los gametos; tampoco puede ser después, porque estando ya dispuesta la materia, sin el alma nada sería; la hominización no se produce, pues, ni antes ni después, sino en el instante. Instante inaprehensible, indetectable por la verificación empírica, pero sin cual la misma verificación empírica posterior no sería posible. Como bien se ha dicho, la naturaleza (y el orden natural) en su dinamismo propio quiere lo que Dios quiere y, por eso, Dios se manifiesta en el dinamismo de la naturaleza.

El instante de la fecundación es, pues, el del encuentro de la causalidad eficiente primera y absoluta y por eso creadora, con la causalidad segunda y coadyuvante de los progenitores. Es el punto exacto de inserción en la eternidad: por eso empleo el término instante queriendo significar con él el presente metafísico del tiempo interior. La causalidad eficiente absoluta y creadora se “toca” con la causalidad eficiente segunda en el presente instantáneo (válgame la redundancia) de la donación del ser. Cuando el embriólogo explica cómo se unen los gametos masculino y femenino y puede representar en una diapositiva la constitución instantánea del cigoto humano, quizá sin pensarlo señala el instante creador, la inserción de la eternidad en el tiempo. Es claro que la eternidad es el mismo Dios: pero en la medida en la cual los entes finitos reciben de Dios el acto de ser, participan de la eternidad; como bien dice Santo Tomás: “illud quod est vere aeternum, non solum est ens, sed vivens”: es decir, lo que es verdaderamente eterno, no sólo es ser, sino también vida; pero la vida se extiende también a la operación. Por tanto, el embrión humano recibe, con el acto de existir, la vida. Es cierto que es correcto decir que los padres transmiten la vida, no la crean; pero en el transmitir mismo, es decir, en el encuentro de ambos gametos, la eternidad no transmite propiamente sino que, con el dinamismo del proceso natural, dona el ser y la vida del todo del embrión humano.

El instante de la fecundación es el momento inicial del tiempo existencial; por eso e tiempo del hombre es bidimensional en el momento desde el momento inicial pues nada tiene pasado y es todo futuro; el tiempo existencial, siguiente (el instante número dos) comienza a ser tridimensional (pasado-presente-futuro) siempre reducidos al presente del embrión; después del “alumbramiento” sigue siendo tridimensional hasta el instante presente en el acto del morir en el cual, sólo por un instante, vuelve el tiempo del hombre a ser bidimensional ya sin nada de futuro (ante y en la eternidad) y en el cual todo el pasado se ha hecho presente en el presente final. Por eso debemos decir que el hombre, desde su concepción, se mueve de la Presencia a la Presencia, de la eternidad a la eternidad en cuyo ámbito vivimos y somos durante toda la vida. Ante el embrión humano debemos pensar que su acto de ser es medido por la eternidad, así como su dinamismo lo es por el tiempo. En el embrión se encuentran, pues, eternidad y tiempo, sacro instante que debe movernos al silencio contemplativo que es, también, adoración silenciosa.

II. Identidad y estatuto moral

El embrión, persona humana,

no sólo desde el punto de vista biológico (que está a la vista por excelencia inmediata) sino para la metafísica, el embrión, desde el instante de la fecundación es uno con unidad no abstracta sin concreta; semejante unidad concreta proyectada en el tiempo tridimensional, pone en evidencia su persistir en el ser y, por lo tanto, su identidad ontológica que lo muestra como realmente distinto de la madre. El útero materno es el cobijo originario, la “residencia”, la cuna viva donde el embrión es el fruto o feto que ha comenzado una vida autónoma en su orden, individua e individual. De ahí que, en el tiempo donde se insertó la eternidad por el acto creador que continúa como acto conservador, el embrión es identidad en la sucesión de todas sus etapas de desarrollo; si lo es, debemos sostener que es un todo que subsiste en cuanto “tiene” un actus essendi intransferiblemente propio. El embrión sería inconcebible y contrario a la experiencia inmediata como un accidente o atributo de otro o en otro; es, como ya dije, un todo subsistente que existe en sí mismo (inseidad); claro es que, si me pregunto por su último fundamento de su ser donado o participado, este todo subsistente es por el acto creado del Supremo dador del ser (es ab alio), Son, pues, inseparables la inseidad y la abaliedad. La persistencia de la unidad concreta subsistente nos muestra que el embrión humano, desde el instante inicial de la fecundación es persona humana. Sería un grave error (como ya se ha sostenido) creer que el embrión no es todavía una persona y que lo será sólo cuando sus facultades superiores o potencias estén en acto. No. Las potencias (inteligencia, memoria, voluntad) cuyos actos son actos segundos, existen en potencia existiendo realmente: son potencias del acto primero que es el alma humana y, por eso, el todo subsistente o persona es, desde el primer instante, persona humana en acto. En cuanto tal, el embrión humano es, simultáneamente, el fin de todo el orden cósmico ya que todo ente que no es fin de sí mismo, se orienta hacia la persona humana, pues, como enseña Santo Tomás, “solo la naturaleza intelectual es requerida por sí misma al universo, mientras que todas las demás lo son por aquella”. Al mismo tiempo, el embrión humano es mediación en cuanto es el único ente en que podrá volver a sí mismo desde su propio acto. He aquí toda la dignidad del sujeto humano, toda presente en aquella unidad concreta, distinta, existen en sí misma, donada por Otro en el Instante, subsistente en cuanto don irrepetible del acto de ser.

El embrión humano, el derecho subsistente.

Obsérvese que el embrión humano sólo es persona (individual e indivisa, una y subsistente) sino que su acto de se constitutivo es puro don; esta “tendencia” del ser-acto, esta gratuidad absoluta manifestada en el Instante, es, con aparente paradoja, lo más radicalmente suyo. No se opone si no que se implican las ideas de donatividad del ser y de radical propiedad: lo más totalmente suyo es lo más absolutamente donado. En ese sentido, la persona “tiene” lo suyo que es, desde el primer instante, ella misma y lo es por todo el tiempo de su vida desde la concepción hasta la muerte. Es lo que llamo el derecho originario, fuente y fundamento de todo derecho: el embrión “tiene” y es todo aquello que corresponde a la misma definición del derecho, desde su acto de existir que es, simultáneamente, si propia vida. Por tanto, el embrión es sujeto activo supremo en su orden y por eso creo que Antonio Rosmini definió perfectamente a la persona humana llamándola “el derecho subsistente” o la esencia del derecho. Es derecho originario, primero o subsistente, encuentra en las otras personas del deber moral correspondiente de no lesionarle no ofenderle: por el contrario, emerge en cada una el sacro deber de defender el embrión humano: es lo que me atrevería a llamar deber originario correspondiente al derecho subsistente.

Lo que hoy se llama crio-conversación de embriones es un atentado gravísimo –me atrevería a calificarlo de nefando- contra la integridad del embrión-persona. Las técnicas de los embriones congelados y de las inevitables consecuencias sur-plus de embriones condenados a muerte, constituya el más “perfecto” y nunca anteriormente mejor logrado atentado homicida contra el derecho subsistente. Es como el tramo final de una verdadera cadena de delitos: el modo ilícito de obtención del gameto, el modo ilícito de separación del amor encarnado de los esposos y la fecundación (fecundación in vitro) y el modo ilícito de “conservación” de los embriones… todo lo cual concluye en un atroz homicidio múltiple de laboratorio. Es menester volver a leer con atención las palabras de la Donum vitae: “el fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado que es normalmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida.”

La ilógica “lógica” interna de la anti-cultura de la muerte.

La experiencia, la investigación científica, la simple observación y la sensatez cotidiana, apoyan la doctrina del derecho subsistente que es el mismo embrión humano. Por eso, el científico, el filósofo, y el teólogo ajenos a todo perjuicio, no sin cierta perplejidad y sorpresa pueden preguntarse: ¿cómo ha sido posible una ceguera semejante?

Sin embargo, esta suerte de ceguera progresiva responde a una lógica interna que concluye en la negación del hombre y también en la búsqueda afanosa de “argumentos” que permitan justificar esta negación

El largo proceso de autosuficiencia del hombre tiene como fin el iluminístico “ideal” que proclama que “el único absoluto para el hombre es el hombre mismo”: semejante “ideal” cumple, a mi modo de ver, cuatro etapas que, in extenso, he expuesto en otros lugares. El dato esencial es la ratio autopresentada como la regla “real”; desde la ratio no sólo ha podido “deducirse” lo real sino que, identificado con éste, el todo se constituye en una suerte de pleroma de la razón autosuficiente; la historia del pensamiento occidental no muestra que si sólo existe el singular sensible, es y ha sido posible la reducción de todo ser y conocer a la experiencia; en cuyo caso el proceso de autosuficiencia se pone como pleroma de la experiencia sensible; por eso mismo y con prefecta lógica interna, el pensar y la materia se convierten (el ente sensible es el pensamiento-pensado) y de ese modo se vuelve posible la reducción del todo a la materia, nada. De ahí que una hermenéutica nihilista consecuente con el inmanentismo moderno y “postmoderno”, deba concluir inevitablemente en el atroz pleroma de la Nada. En tal caso, no existe (ni puede existir) norma alguna de los actos libres (ni siquiera existen los actos libres) y el progresivo desfondamiento de lo real y el hombre desde la “muerte” de Dios a la muerte del hombre. Cierta lógica interna enloquecida, deicida, homicida y suicida, ha abierto los caminos de una anti-cultura de la muerte. Estoy, por eso, convencido, que más o menos conscientemente(a veces por desgracia muy conscientemente) percibimos obstinación en tesis ya insostenibles como la del pre-embrión (porque puede justificar el aborto); cuando podemos observar los esfuerzos que se realizan para sostener la existencia de un proceso que va desde la fecundación hasta la anidación (negado que existe una persona humana); cuando leemos una (pseudo) legislación positiva que permite la crio-conservación de embriones congelados…y la antecedente y la consecuente eliminación, ya de los inaptos, ya de los “sobrantes”, comprendemos que existe una suerte lógica interna del proceso del inmanentismo que, en la progresiva absolutización de la razón, de la experiencia, de la materia y de la Nada, no puede concluir sino en la negación del hombre desde su misma aparición en el útero materno hasta su muerte.

La negación del acto de ser en el plano metafísico y por eso negación del Ser subsistente citado a la negación de la vida pues, como decía anteriormente citando a Santo Tomás, el ser eterno (ahora negado) no sólo es ser sino vida. El pleroma de la Nada es la suprema negación de la vida; es una suerte de abismo de Nada. Un desgraciado pensador de nuestros días, con atroz sinceridad, lo ha dicho claramente: “Subimos hacia el abismo, descendemos hacia el cielo. ¿Dónde estamos? Pegunta sin sentido: ya no tenemos lugar…”. En el Breviario de podredumbre, Cifran confesará que “el ser mismo no es más que una pretensión de la Nada”; que no queda otra vía que la de odiarme a mí mismo, para concluir en el abismo de una reprobación absoluta: “¡Que sea maldita para siempre la estrella bajo la que nací, que ningún cielo quiera protegerla, que se disperse por el espacio como un polvo sin honra! Y el instante traidor que me precipitó entre las creaturas ¡sea por siempre tachado de las listas del tiempo!”