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RESUMEN PARA EL PARCIAL DE IEU DE 3° A octubre 29, 2008

Posted by Rodrigo Martínez Casás in Filosofía General.
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EL HOMBRE COMO SUJETO DEL SABER Y HACEDOR DE LA CULTURA

1. Qué es el hombre

El hombre es un animal, primeramente; y en segundo lugar, el hombre es un animal raro de especie única

1.1. Jerarquía de los entes/vivientes:

  • Inanimados: Entes corpóreos sin vida, ni interioridad, cerrados en sí mismos.
  • Animados (los vivientes son animados por que poseen alma):
    • Dotados de vida vegetativa: (primer grado de vida) Solo realizan las funciones vitales: nace, crece y se reproduce. Carecen de sensibilidad.
    • Dotados de vida vegetativa y sensitiva: (segundo grado de vida) Poseen aparatos locomotores, están dotados con sentidos, son capaces de sensaciones o conocimiento y de apatito instintivo o sensible.
    • Dotados de vida vegetativa, sensitiva y espiritual o racional: (tercer grado de vida). Es un ente corpóreo viviente y sensible, es capaz de conocimiento intelectual (inteligencia) y de apetito volitivo o espiritual (viene de voluntad, y esta de libertad)

1.2 Noción filosófica de la vida

La vida se manifiesta por un movimiento espontáneo e inmanente.

  • Espontáneo: Todos los actos o cambios brotan del propio ser.
  • Inmanente: Permanece en el ser.

1.3. El alma como causa de vida

Alma: Principio de vida y movimiento. Es un principio inmaterial para organizar los componentes corpóreos del organismo en una unidad.

Según Aristóteles “El alma es aquello por lo cual, primeramente vivimos, sentimos, cambiamos de lugar y entendemos”.

Espíritu: Un principio de ser y de obrar superior e inmaterial. Está por encima de lo corporal y material.

1.4. La composición esencial del hombre

El hombre es un animal raro, de especie única. La rareza le viene dada a este animal por el alma espiritual, siendo ella la que determina su pertenencia a la especie humana.

El hombre esta constituido por dos coprincipios: el cuerpo y el alma (unidad corpóreo-espiritual). Estas causas juntas forman la sustancia o esencia individual humana.

El cuerpo es la causa material: aquello de lo que algo está hecho.

El alma es la causa formal: aquello que determina y especifica a una cierta materia y la hace ser lo que es.

Esencia: lo que algo es. Por ejemplo: El hombre es, por esencia, un animal racional.

2. Funciones cognoscitivas y apetitivas

Aristóteles dice “que el hombre es un todo, y este todo tiene diversas funciones: puramente físicas, vegetativas, animales, y espirituales.”

2.1 Noción de potencias: sus actos y sus objetos

Potencia: Capacidad para realizar una acción

2.1.1. Potencias cognoscitivas (cognoscitivo: sirve para adquirir conocimiento)

Conocimiento sensible (tanto animales como el hombre):

  • Los sentidos externos (vista, oído, gusto, tacto y olfato). Captan los accidentes de los cuerpos pero no su naturaleza o esencia.
  • Los sentidos internos (sentido común, imaginación, memoria y estimativa para los animales; en oposición a coyitativa para los hombres). Permiten una lectura de lo real, realizada a nivel fenoménico.

Para el conocimiento intelectual el hombre usa la potencia llamada inteligencia que le permite ver la esencia de las cosas. Gracias a los sentidos y a la inteligencia, el hombre ve y comprende. El acto de la inteligencia es conocer

2.1.2. Potencias apetitivas

Apetito Sensible: Los instintos. Son las pasiones, emociones, y sentimientos: placer-dolor, amor-ira, alegría-tristeza. La poseen los hombres y los animales.

Apetito Espiritual: La voluntad. Tiende al bien conocido por la inteligencia, y    su acto propio es el amor. La poseen solo los hombres.

3. Conocimiento

Definición de conocimiento: Es una actividad espontánea en cuanto a su origen, e inmanente en cuanto a su término, por la cual a un sujeto se le hace presente interiormente alguna realidad.

Conocer es “asimilar” sin su materia. Nada hay en la inteligencia que nunca haya pasado por los sentidos.

Es posible conocer de dos formas:

· Asimilación biológica: Consumo algo y deja de ser lo que era para formar parte de mi torrente sanguíneo. Por ejemplo: Como una galletita y es parte de mi.

· Representación cognoscitiva: El objeto conocido no es alterado en su ser. Por ejemplo: Cuando conocemos un caballo y lo representamos interiormente en nuestra imaginación (pensamos en él) la imagen del caballo no forma parte de mi propia esencia.

Imagen: Es la representación individual y concreta del objeto conocido.

Por el conocimiento intelectual, asimilamos la verdad y elaboramos una palabra interior o verbo mental llamado concepto o idea.

Concepto: Es la representación universal y abstracta del objeto conocido. Es una idea producida por la inteligencia que tengo sobre algo.

Contenido del Concepto: La verdad o esencia del objeto conocido que la tomamos de la realidad. La realidad que puede ser igual con mi concepto o no.

Un ente de razón existe en nuestro pensamiento (puede ser real o algo que existe en mi imaginación) y un ente real es lo físico, material, que se puede tocar.

3.1 Conocimiento sensible

Mediante los sentidos podemos percibir las cosas que nos rodean sin su materia, los datos o cosas percibidas son ordenados por el sentido común, ejemplo (colores, tamaño, etc.) pueden ser reproducidas en forma de imágenes por la imaginación, se conservan y recuerdan las imágenes percibidas en la memoria. Por la estimativa para los animales y la cogitativa para el hombre, permite huir frente a lo malo y aproximarse a lo bueno. La diferencia del nombre entre el animal y el hombre proviene de la manera de cómo se manifiesta.

3.2 Conocimiento intelectual: la formación del concepto

La inteligencia conoce la esencia de  las cosas materiales. La palabra abstraer significa considerar aparte un elemento o aspecto de una cosa, dejar de lado, separar.

La inteligencia no abstrae directamente la esencia de  los objetos mismos, sino que  separa la esencia presente en la imagen y la convierte en universal y abstracta para poder entenderla en el concepto que ella produce.

Conocer intelectualmente es aprehender la esencia abstracta y universal de  las cosas. Con los conceptos, la inteligencia elabora juicios afirmativos o negativos y construye razonamientos a partir de  verdades conocidas.

3.3. La verdad como perfección del entendimiento

Cuando nuestros juicios expresan fielmente lo que las cosas son, eso es verdad. Nuestros juicios son verdaderos en la medida en que dicen lo que la realidad es.

4. El apetito

Todo ser viviente cognoscente despliega, además de  actos cognoscitivos, otro tipo de  actos llamados apetitivos o afectivos. Según sea la naturaleza de  los actos cognoscitivos antecedentes, así será la naturaleza de  los actos apetitivos consecuentes. Es decir, el apetito sigue al conocimiento, según sea lo que se conoce, será a lo que tenderemos.

4.1. Apetito sensible

Los instintos (potencia sensible) son las tendencias básicas del animal y del hombre, que se dirigen hacia objetos determinados para satisfacer una necesidad fundamental (conservación de  la especie). Las pasiones se clasifican en emociones (instantáneo) y sentimientos (durable en el tiempo), son los actos del apetito sensible. Los movimientos del apetito sensitivo van siempre acompañados de  modificaciones corporales. Por ejemplo: ponerse colorado, marearse, desmayarse, etc.

Pasión: Afección de la subjetividad ante la valoración de la realidad (la analizo) y su consecuente deseo o rechazo (elijo si la quiero o no). Las pasiones son amorales, es decir, no son buenas ni malas.

El apetito sensible sigue al conocimiento sensible, porque primero conocemos y luego tendemos.

4.2. Apetito espiritual

La voluntad es la potencia apetitiva espiritual que teniendo la libertad como propiedad, tiende al bien conocido por la inteligencia y su acto propio es el amor.

Designa “algo” que según mi aprehensión intelectual es captado, juzgado y valorado como valioso en sí. Pro ejemplo copiarme en un examen, es malo pero un una situación lo puedo ver como un bien.

4.3 La libertad

Libertad: Es la capacidad de autodeterminarse al propio fin.

El libre albedrío se podría definir como: capacidad de optar entre bienes.

La existencia libre del hombre está signada y calificada por su esencia espiritual.

La sociedad corrompe al hombre en la toma de decisiones pero no lo determina.

La libertad esta determinada al bien y se puede afirmar que “no es una posesión sino una conquista” porque siempre que obtengo lo que quiero, deseo algo mas.

5. La reflexión

El hombre es capaz de  reflexionar. Puede pensar en sí mismo y se pregunta por el sentido de su propia vida. En el hombre hay dos polos: el cuerpo y el alma espiritual, están estrechamente unidos y mutuamente relacionados.

Esos polos y sus funciones son:

  • Polo inferior (corpóreo, material, orgánico, sensible) por el cual el hombre está ligado a la tierra de dónde extrae su alimento vital.

  • polo superior o espiritual (logos, razón, espíritu) por el cual el hombre es capaz de:
    1. Llegar a la verdad intemporal y eterna
    2. Trascender lo meramente material, empírico, etc., y acceder por el conocimiento a las leyes universales y esencias que luego expresa por medio de  conceptos y juicios (dando lugar a la ciencia).
    3. Ir más allá de  lo orgánico y fisiológico, abriéndose a lo espiritual. Por su voluntad libre puede decir no a impulsos poderosos ajustándose a su ideal: ser feliz.
    4. Fundar comunidades.
    5. Reflexionar, tomar como objeto de  conocimiento su propio acto de  conocer, saber que conoce. Ser conciente de  sí mismo.
    6. Relacionarse a través del lenguaje y transformar la naturaleza del mundo haciéndola un mundo de  cultura (un espacio vital humano).
    7. Abrirse a lo trascendente (diferente de  lo precario y finito).

6. El hombre ser finito capaz de infinito

El hombre es un ser finito capaz de infinito porque constantemente se crea nuevas necesidades y jamás está satisfecho. Está destinado a un progreso infinito, como si solo el infinito pudiera satisfacerlo.

El hombre tiende a la perfección, el cual es un deseo natural y lo obliga a salir de sí mismo haciéndose posible la cultura.

Ø Primera expresión del deseo: querer ser, querer durar y permanecer en la existencia. En la base de este deseo hay otro: querer ser siempre. Es el apetito de  eternidad (Dios).

Ø El hombre no sólo quiere ser sino que quiere ser más. Ama perfeccionarse, superarse, tratar de  incrementar su ser y su valor. Es el deseo de querer ser en plenitud. Ser perfectos como Dios.

Ø El hombre quiere ser en el gozo, realizarse en el placer y la alegría: el anhelo de  ser feliz.

Ø Hay un querer que atraviesa el de ser más y el de ser feliz: el querer saber. Descubrir el qué y el por qué de todo lo real, pero un Todo Verdadero. El hombre como ser finito capaz de  infinito se descubre a sí mismo como un movimiento hacia Dios a quién busca como meta.

En síntesis:

Los deseos naturales

Raíz del desear humano

Apetencia

Querer ser

Querer ser siempre

Sed de eternidad

Querer ser más

Querer ser en plenitud

Sed de perfección

Querer ser en el gozo

Querer ser feliz

Sed de felicidad

Querer saber

Querer saber todo

Sed de saber

7. El hombre como hacedor de cultura

Bochenski sostiene que “desde el punto de vista biológico, el hombre es un animal mal dotado. Hace tiempo que debiera haberse extinguido…” Pero gracias al uso de la razón, ha cambiado la naturaleza ajustándola a sus necesidades y así poder sobrevivir.

I. Qué es la cultura (texto propuesto por el Mons. Derisi)

Definición de cultura: Es la actividad espiritual del hombre (inteligencia y voluntad) por la cual el hombre, para conseguir un fin, transforma la naturaleza del mundo y la propia para conseguir nuevos bienes que los perfeccionan.

1. Mundo de la naturaleza y mundo de la cultura

La naturaleza es el mundo creado por Dios. Este mundo no puede cambiar libremente su actividad, no puede progresar proponiendo y realizando nuevos fines o bienes. En cambio el hombre, por su inteligencia y libertad, puede crear lato sensu, dar realidad a un mundo nuevo, propio de su espíritu finito, erigido sobre el mundo natural, con el fin de  lograr nuevos seres o bienes.

Un ente cultural es un ente tomado de la naturaleza y transformado por el hombre. El mundo de la cultura es realizado, comprendido y aprovechado por el hombre.

Los entes naturales ofrecen la materia, a la que el espíritu confiere una nueva forma, que la cambia en nuevos seres o bienes, ordenados a servir mejor a la persona humana.

2. Origen y fin de la cultura

Desde el hombre y para el hombre. El mundo de  la cultura es realizado, comprendido y aprovechado por el hombre. Esto quiere decir que la cultura es un conjunto de códigos hechos por el hombre y que solo el puede entender. Por ejemplo: la música, un cuadro, una formula matemática, etc.

II. El ámbito de la cultura

1. Los tres sectores de la cultura

Distintos sectores en los que se realiza la cultura. La acción del espíritu que busca realizar un bien o valor puede incidir:

1) en las cosas materiales

2) en el propio espíritu

a) en la voluntad

b) en la inteligencia

La primera actividad cultural se organiza como un hacer técnico y artístico; la segunda como un obrar moral, ya como un contemplar científico y filosófico y teológico de  la verdad.

2. La cultura técnica

El hacer es la actividad que informa a las cosas materiales en busca de  la realización de  un valor de  utilidad. La inteligencia y la voluntad se valen de la actividad corpórea. El hombre no puede cambiar las leyes de  la naturaleza que gobiernan a los entes naturales, pero sí puede imprimir en ella nuevas formas. (Por ejemplo: Saca el carbón para usarlo como combustible y así producir fuego). No ha cambiado las leyes, sino que las ha aprovechado con su cultura técnica. Es decir, el hombre modifica los recursos para su uso y mejor aprovechamiento.

El hacer técnico solo se preocupa en que la finalidad del objeto sea útil. Por ejemplo: con una piedra y un pedazo de madera (entes naturales) puede hacer un martillo (ente cultural).

3. La cultura artística

La diferencia entre la cultura técnica y la artística reside en que ésta última busca realizar belleza en las cosas materiales, mientras que la técnica se detiene en lo realizado sea puramente útil. El arte supone la actividad técnica, pero la supera.

4. La cultura moral

La actividad espiritual que perfecciona la libertad hacia el bien humano u honesto se llama práctica o moral.

La cultura moral enriquece la voluntad con las virtudes, las cuales de un modo habitual o permanente le confieren el dominio sobre el deseo excesivo de las cosas materiales y le permite evitar los goces materiales y rehuir a lo dificultoso.

El apetito espiritual es dirigido por la inteligencia sobre la propia voluntad del hombre.

Para crear los hábitos virtuosos es necesaria la virtud de la prudencia. Cuando el hombre llega a poseer la cultura moral, lo que lo constituye como moralmente bueno, es cuando posee el Último fin o Bien Supremo.

5. La cultura teorética

Las culturas técnica, artística y moral se encaminan a transformar las cosas naturales y la libertad para convertirlas en buenas.

En cambio, la cultura teorética se dirige a poner orden en la actividad intelectual para encaminarla a la verdad.

El objeto propio de la inteligencia es la verdad. Para que la inteligencia se oriente a la verdad, deben crearse en ella las virtudes intelectuales de la ciencia y de la sabiduría –filosofía y teología-  que perfeccionan su actividad de un modo habitual y la dirigen por el raciocinio (facultad de pensar) por un camino recto que conduce a la verdad.

LAS CIENCIAS PARTICULARES

1. Noción de saber

Conocer es establecer una relación con el mundo natural y humano, pero no todo conocimiento es saber. Conocemos por los sentidos y por la inteligencia.

Saber es más que conocer, es la apropiación íntima de  la verdad. Poseer la verdad de  un modo seguro y firme. Es un conocimiento espontáneo y vulgar.

Saber viene de la palabra “sapere” que significa saborear.

Saber es:

· Discernir: El que sabe puede separar adecuadamente lo que es de lo que no es. No confunde una cosa con otra.

· Definir: Es expresar la naturaleza de una cosa o el significado de un término. En latín “definire” es poner límites, decir dónde empieza y dónde termina una cosa. Una definición da la esencia de una cosa.

· Entender y demostrar: Sabemos cuando, además de saber qué es, sabemos por qué es, es decir, sabemos su causa y podemos demostrar por qué una cosa es así.

2. Los modos de saber

Aristóteles dice “El hombre por naturaleza desea saber.”

Todos los hombres desean y aman saber, no son algunos sino la totalidad de ellos.

Naturaleza de un ser: Es la esencia pero en tanto el principio de operaciones, actos o actividades. Todo ser posee su propia naturaleza y de esa naturaleza brotan sus actos.

Cada ser obra, actúa, en función de su propia y determinada naturaleza. Por tanto un ser a través de su naturaleza opera para alcanzar sus fines (estos fines son sus bienes), en la medida que los logra, se perfecciona. El hombre tiende naturalmente a la verdad como fin o bien de su naturaleza racional.

El hombre sabe de dos modos:

· Por la experiencia

· Por la ciencia

2.1. Saber experiencial, vulgar o precientífico

La palabra experiencia proviene del griego “ex – per – ire”  y significa estar afuera.

La experiencia puede ser definida como un conjunto de conocimientos conferidos al individuo por el hecho de la simple existencia que ha llevado, logrados por el trato directo de las cosas y los hombres, casi todos relacionados con el orden práctico. Conservados en la memoria para ser utilizados cada vez que sea necesario.

2.1.1. Las fuentes del saber experiencial

· El medio físico: Del que depende el hombre como organismo viviente (clima, paisaje, vegetación, llanura).

· El medio social e histórico: Del que depende el hombre para alcanzar su propio perfeccionamiento. Por ejemplo: la época en que vivo.

· El mundo de los valores: Del que depende el hombre para satisfacer las exigencias más profundas del espíritu. Las personas nacemos en un mundo culturalizado lleno de valores, que nos son transmitidos mediante el lenguaje. Por ejemplo: ser creyente o no.

2.2. Saber científico

El hombre descubre que ya posee cierta cantidad de conocimientos adquiridos por la experiencia, que serán la base del conocimiento superior y más perfecto.

Hay dos definiciones de ciencia:

Definición clásica (Aristotélica): “Ciencia es el conocimiento cierto y evidente de las cosas por sus causas.” Definición esencial.

Aristóteles conoce las causas.

La certeza viene del sujeto y el objeto se muestra evidente (ejemplo: 2 + 2 = 4).

Las ciencias estudian las causas. Estas pueden ser:

o Causas materiales: de lo que algo esta hecho (la química)

o Causas formales: qué es algo (matemática)

o Causas eficientes: quién produce algo (historia)

o Causas finales: para qué es algo, la finalidad (biología)

Definición moderna: “Es un conjunto de conocimientos metódicamente adquiridos y sistemáticamente organizados.” Definición descriptiva.

Método: Diferentes modos para alcanzar el saber.

Sistema: Ordenamiento de verdades conectadas unas con otras y vertebradas sobre una idea central.

Cada ciencia tiene dos clases de objetivo:

  • Objetivo material: Es lo que estudia cada ciencia. Ej.: el hombre.
  • Objetivo formal: Es desde dónde es visto el objetivo material. Ej.: Antropología.

Las dos definiciones de ciencia son complementarias.

Saber experiencial

Saber científico

1) Parte de la experiencia pero queda en ella.

1) Parte de la experiencia pero trasciende.

2) Es conocimiento de “hechos” particulares y contingentes (no necesarios).

2) Es conocimiento de leyes y esencias universales y necesarias.

3) No conoce las causas

3) Conoce las causas

4) No puede demostrar

4) Es demostrativo

5) No posee método ni sistema

5) Es metódico y sistemático

6) Puede ser cierto o erróneo

6) Es cierto y evidente

3. Los niveles de saber científico

3.1. Según su causalidad:

  • Saber científico particular: Investiga las causas segundas o próximas. Son aquellas causas inmediatas o adyacentes al fenómeno.
  • Saber filosófico: Investiga las causas primeras o razones últimas de todo lo real. Estudia el ser, por eso son las causas primeras. Sino hubiera ser no habría nada.
  • Saber teológico: Estudia la causa primera Divino-Trascendente. A partir de las verdades que Dios ha revelado a los hombres y al mundo. Estas verdades son aceptadas por la fe.

3.2. Según su finalidad

· Saber teórico o especulativo: Es el saber que tiene por única finalidad el puro conocimiento de la realidad.

· Saber práctico: Tiene por finalidad dirigir una acción:

o Saber práctico moral: La acción a dirigir es el obrar del hombre hacia su perfección.

o Saber práctico productivo:

§ Bellas artes: si se busca producir algo bello. Ej.: Música.

§ Artes útiles: si se busca producir algo útil. Ej.: Ingeniería.

EL SABER CIENTIFICO PARTICULAR

1. Definición y características generales de las ciencias particulares

Las diferentes ciencias se clasifican, en primer lugar, teniendo en cuenta el tipo de causas que investiguen. Si se consideran las causas primeras, estamos hablando de la filosofía y la teología. En cambio, si te toman en cuenta las causas segundas o próximas, estamos hablando de las ciencias particulares.

Definición de ciencia particular: Ciencia particular es aquella que estudia solo un sector de la realidad para determinar sus propiedades y atributos a través de sus causas segundas sin considerar la esencia ni el carácter ontológico de su objeto.

Características generales:

· No se interesan por el sentido de la totalidad de la realidad: Las ciencias particulares reciben este nombre ya que estudian solo un ámbito determinado de la realidad, “seleccionan” una parte de la realidad y se ocupan de buscar atributos que le corresponden necesaria y universalmente. La investigación que realizan estas ciencias queda siempre limitada al tipo de seres que estudian y no pueden ir mas allá de ellos, porque sino dejarían de ser lo que son.

· No consideran la esencia ni el carácter ontológico de su objeto de estudio (onto: ser): Ninguna ciencia se pregunta por la esencia, no lo pueden demostrar. No se pueden comparar entre ellas.

· No reflexionan sobre sí mismas: Porque si se estudiarían a sí mismas, saldrían de su ámbito e irían a la filosofía.

· Brindan aplicaciones prácticas en términos de tecnología: Si se conocen las causas segundas, se puede dominar la naturaleza.

· Tienden a una especialización cada vez mayor: Las ciencias cada vez se especializan más y no se puede saber el detalle de todas, ni siquiera de una sola.

La filosofía siempre busca la esencia de las cosas y las ciencias particulares no.

La filosofía es una ciencia más perfecta que las ciencias particulares porque estudia la esencia de las cosas y de las causas primeras.

2. Clasificación de las ciencias particulares

No se pueden dividir las ciencias por las cosas que estudian porque por ejemplo: la biología, la antropología y la psicología, estudian al hombre, solo que cada una de estas ciencias considera, de ese objeto, algún aspecto en particular.

Por eso se toma el siguiente criterio para clasificarlas:

    • Objeto material: Lo que la ciencia estudia.
    • Objeto formal: Es el aspecto inteligible que una ciencia considera en su objeto material.

Nuestra inteligencia puede considerar las cosas según tres grados de abstracción, solo estudiaremos dos. La palabra abstracción proviene del verbo latino abstrahere que significa “apartar”, “separar de”, (tomar algo y al mismo tiempo que se deja algo de lado). La inteligencia separa mentalmente de la cosa algún aspecto que en ella se encuentra en estado concreto debido a la materia.

a) Primer grado de abstracción

La inteligencia deja de lado la materia sensible particular (ej.: en una vaca, el color, tamaño, raza, edad; y se queda solo con las cualidades del vacuno) y se queda con la materia sensible común. Las ciencias que pertenecen al primer grado de abstracción son las ciencias experimentales o empiriológicas.

Las ciencias empiriológicas se dividen en dos grupos:

· Ciencias empirio-métricas: tienden a explicar todo por sumatoria y relación entre partes. (Ej.: Físico-Matemática, Química, Astronomía).

· Ciencias empirio-esquemáticas: No expresan sus conclusiones con números, sino que necesitan de la experiencia externa. Las Cs. Empirio-esquemáticas se dividen en dos grupos: la Biología, en su aspecto orgánico; y las Ciencias humanas: psicología, sociología, historia, son ciencias que estudian la vida humana y las realizaciones culturales del hombre.

b) Segundo grado de abstracción

Deja de lado la materia sensible particular y la materia sensible común. Solo se queda con la materia inteligible. Mediante la materia inteligible los objetos pueden ser estudiados. La matemática no puede existir sin la materia, pero puede ser pensada sin ella por el intelecto humano.

La matemática se divide en dos grupos: Por un lado está la geometría, que considera la cantidad continua, partes no separadas pero que son divisibles; y la aritmética, que por el contrario considera la cantidad discontinua y las partes separadas.

3. Características de los principales ámbitos del saber particular

3.1. La matemática

La palabra matemática es de origen griego que significa “estudio” o “conocimiento”. Es una ciencia exacta, en cuanto al objeto que estudia. Pero que sus razonamientos sean exactos no quiere decir que esta ciencia sea perfecta, la filosofía es más perfecta que la matemática, porque para eso se tiene en cuenta al objeto de estudio.

Es el conocimiento que se presenta con mayor claridad y facilidad para la inteligencia ya que el objeto de la matemática es ideal.

Esta ciencia no necesita recurrir a la experiencia para demostrar sus afirmaciones porque se desarrolla mediante un modo deductivo (universal a lo particular).

El método utilizado por la matemática consta de dos partes:

1) Definir los objetos: Verdades evidentes por si mismas, que no necesitan demostración, como por ejemplo: un punto, una recta, un ángulo, etc.

2) Establecer las afirmaciones de los principios: Dentro están los postulados, enunciados universales acerca de los objetos definidos; y los axiomas, enunciados de mayor universalidad acerca de todas las cantidades y no sobre algo en particular.

3.2. Ciencias experimentales o empiriológicas

Definición de Ciencia experimental: La ciencia experimental es aquella que constantemente necesita someter a la verificación de la experiencia tanto sus principios como sus conclusiones.

Es decir, los datos se toman de la experiencia y las conclusiones deben confirmarse en la experiencia.

También se las llama ciencias fácticas, positivas o fenoménicas. La palabra fáctico proviene del latín,  factum, que significa “hecho”, un hecho es un seceso particular conocido a través de los sentidos y la inteligencia. La palabra positivo proviene del latín positum, que significa “lo dado”, “lo establecido”, “lo que representa”. Y la palabra fenoménico, proviene del término griego fainómenon, que significa “lo que aparece”, “lo que se muestra”.

Principales características de las ciencias empiriológicas:

1) Utilizan el método experimental: El experimento es una actividad planificada que reproduce un fenómeno bajo condiciones específicas y controladas con el objetivo de verificar o refutar una explicación posible. Por consiguiente, el método experimental supone entonces tanto la observación como la experimentación.

2) Alcanzan un alto grado de probabilidad, no certeza absoluta: No pueden alcanzar la certeza absoluta, porque por ejemplo: si digo que todas las plantas tienen que estar plantadas en la tierra para vivir y luego se descubre una especie no conocida que no necesita de la tierra y adquiere los nutrientes de otra manera, la ley existente no tendría validez, diciendo que TODAS las plantas tienen que estar plantadas para crecer. Modo hipotético-deductivo.

3) Tienden a expresarse en un lenguaje matemático: Cuando es posible cuantificar los datos de la experiencia se hace porque tiene ventajas de precisión y de orden metodológico. Por ejemplo, si se expone un gas a diferentes temperaturas, no es lo mismo decir que “esta a una temperatura fría” que decir “esta a 05 grados centígrados”. Pero el método de “traducción” matemática es limitado porque, no todo se puede medir, ninguna medida es exacta, es decir, siempre hay margen de error. Sin embargo, está latente el riesgo de perder lo espiritual bajo la tiranía del número.

3.2.1. Ciencias empirio-métricas

Las ciencias empirio-métricas se encuentran entre las ciencias experimentales y la matemática.

Las ciencias empirio-métricas son materialmente experimentales (toman sus datos y verifican sus conclusiones en la experiencia) y formalmente matemáticas (la expresión de los fenómenos y sus leyes se hacen en términos cuantitativos).

El supuesto básico de estas ciencias es el determinismo de los fenómenos, ya que a las mismas causas y en las mismas condiciones le corresponde siempre los mismos efectos.

Por ser ciencias de la realidad material pueden reconocer su objeto mediante la experiencia externa.

1.2.2. Ciencias empirio-esquemáticas

Las ciencias empirio-esquemáticas también recurren a la matemática, solo que de una forma más limitada. Porque por ejemplo, un biólogo no puede explicar qué es el corazón con números, puede medir los latidos por segundo o la cantidad que sangra que ingresa o egresa en un lapso de tiempo, pero no explicar su composición. En consecuencia las ciencias empirio-esquemáticas deben recurrir a esquemas o construcciones teóricas que siguen fundándose en la experiencia, pero sin quedar completamente configuradas por la conceptualización matemática.

Características de un tipo de ciencia empirio-esquemática: Las ciencias humanas.

Su objeto material es el hombre, pero no se lo estudia físicamente como es el caso de la biología, sino desde la perspectiva de la espiritualidad.

En estas ciencias rige la libertad, es decir, la capacidad del hombre de auto-determinarse más allá del llamado de sus tendencias inferiores. En oposición al Determinismo. Estas ciencias se hallan más ligadas a la problemática filosófica.

El Saber filosófico septiembre 16, 2008

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1. Aproximación

La filosofía es a la vez una actividad de la que todos hemos oído hablar, pero que casi nadie sabría explicar en que consiste. Desde el punto de vista sociológico, podríamos decir que la ciencia, en el sentido explicado en la unidad anterior, es un saber del que estamos medianamente informados, no solamente por la educación formal que hemos recibido en la escuela, sino por la difusión de que gozan sus descubrimientos y la importancia que le asignamos para el bienestar de nuestras vidas. Sin embargo, en todo momento tendemos a tomar respetuosa distancia, como sabiendo que se trata de un oficio que no es para nosotros, que exige un talento y una dedicación muy especiales de los que la mayoría estamos excluidos.

Con la filosofía parece ocurrir lo contrario. A todos se nos presenta la oportunidad, casi a diario, de ejercitar algún tipo de planteo o reflexión filosófica. En la sobremesa, en las charlas de café, en ciertos comentarios humorísticos, en la peluquería del barrio o en un velatorio, quien mas, quien menos, deslizamos alguna idea o parecer que podría identificarse como filosófico. En temas como la crisis de valores, la decadencia de las costumbres, los caprichos del amor o misterio de la muerte todos tenemos alguna opinión. No obstante, resulta infrecuente que alguien sea capaz de responder a la pregunta “¿Qué es la filosofía?”. De hecho, hasta puede sorprendernos que alguien estudie filosofía o se dedique a ella de algún modo.

Pese a ello, la filosofía parece ser un ejercicio natural, e inconsciente quizá, de nuestro espíritu, y este detalle no debe descuidarse a la hora de intentar una caracterización de esta disciplina. Para muchos, la filosofía es entendida o simplemente vivida como una serie de pautas o normas de conducta, que son última instancia consecuencias de una escala de valores, de una definición de prioridades que afectan al conjunto de nuestra existencia. Evidentemente, nadie incluiría en este concepto ciertas costumbres triviales, como calzarse primero el pie derecho o comer la fruta con cáscara. Pero si se trata de una decisión medianamente comprometedora, como por ejemplo en cuestiones de dinero , o en nuestra relación con el estado, o con los amigos, entonces se pone en juego eso que llamamos filosofía de vida. Un caso particularmente revelador es el de la actitud ante los contrastes de la vida. Cada vez que sobreviene alguna dificultad, o fracaso, o frustración, tomamos conciencia de que la vida es frágil y la suerte no siempre nos acompaña. Entonces depende de nosotros el dejarnos abatir, el bajar los brazos y someternos, o por el contrario asumir las desventuras “con filosofía”, es decir, con fortaleza, equilibrio y serenidad, teniendo presente cual es el autentico valor de cada cosa y por donde orientar la propia vida.

Esta caracterización, mas bien coloquial y espontánea, tiene mucho que ver con lo que verdaderamente es la filosofía. Por una parte, en cuanto pretende llegar a la razón última de las cosas, es natural esperar que la filosofía nos proporcione la idea justa acerca del bien, y por lo tanto de medida de cada cosa con relación al bien. De ahí es posible extraer una jerarquía de valores. Para poner un caso, si asumimos la concepción del hombre como ser espiritual, tendremos que admitir que los valores del espíritu (el conocimiento, la virtud, la amistad, el patriotismo) son cualitativamente superiores a los del cuerpo (la salud, el placer, el dinero). Uno de los mayores desafíos de la filosofía es plantear una escala de valores mas allá de lo personal o subjetivo, una escala absoluta que no dependa de lo emocional o de otras circunstancias particulares.

No menos importante que la investigación en el ámbito teórico es la que se lleva a cabo en el ámbito práctico: quiero aludir a la búsqueda de la verdad en relación con el bien que hay que realizar. En efecto, con el propio obrar ético de la persona actuando según su libre y recto querer, toma el camino de la felicidad y tiende a la perfección. También en este caso se trata de la verdad. Es, pues, necesario que los valores elegidos y que se persiguen con la propia vida sean verdaderos, porque solamente los valores verdaderos pueden perfeccionar a la persona realizando su naturaleza. El hombre encuentra esta verdad de los valores no encerrándose en si mismo, sino abriéndose para acogerla incluso en las dimensiones que lo transcienden. Esta es una condición necesaria para cada uno llegue a ser si mismo y crezca como persona adulta y madura. Fides et Ratio n.25

Justamente, si se reconoce esa jerarquía de valores, no puede sino exigirse un comportamiento acorde al sentido de las cosas con las que nos relacionamos. En este sentido, nadie puede justificar un propósito suicida porque le han robado el auto o ha perdido a su mascota. Cuando vemos de qué manera reaccionan las personas ante la tragedia, o ante el éxito y la fama, o ante la injusticia, nos damos cuenta de cómo ven las cosas, es decir, cual es su concepción filosófica.

2. La pregunta filosófica

Imaginemos esta escena: un recinto amplio e importante, muy concurrido por personas que marchan a prisa para un lado y para otro. Puede ser el salón de la sede central de algún banco, o una repartición pública, o una estación terminal de ferrocarril. En un lugar visible hay un escritorio con un cartel que dice INFORMACIONES. Detrás de el, un circunspecto señor prolijamente uniformado atiende las consultas del publico. “¿Cómo se completa este formulario?” “¿A que hora parte el tren para…?” “¿Dónde queda el baño?” Todas esas preguntas tienen que ver con lo que llamamos información. Se trata de ciertos conocimientos que tienen en común algunas características, a saber, son:

· Prácticos: se refieren a algo que hay que hacer, es un dato esencialmente útil (nadie preguntaría en ese lugar cosas tales como el nombre de los planetas del Sistema Solar, o la ubicación de los matafuegos si no se ha producido un incendio).

· Concretos: aluden a una situación planteada en términos definidos de espacio y tiempo, o que afectan a determinada persona (una consulta abstracta seria, por ejemplo, cual es el lugar mas indicado para instalar un baño en un lugar publico, o por que los tramites son inevitables en la vida).

· Urgentes: la respuesta no acepta demora o postergación, tiene que ver con una necesidad relativamente perentoria (seria un despropósito contestar a quien pregunta por una ambulancia “Tenga a bien volver mañana, que para entonces lo averiguare.”).

Ahora bien, ¿Qué sucedería si se aproxima al escritorio de Informaciones una persona que pregunta: “Dígame, ¿Por qué existe algo y no la nada?” Seguramente el empleado se sentiría desconcertado. Y no porque la pregunta sea insensata. Todo lo contrario, es un planteo que tiene mucho sentido. Pero indudablemente no es ese el lugar indicado para formularla. Y la razón es que esa clase de conocimientos no se pueden considerar como mera información. Veamos:

· No son asuntos prácticos: ningún aspecto de la vida cotidiana depende de la respuesta que le demos. Estamos de acuerdo en la importancia formativa que tiene el saber con respecto a estos temas, pero debe admitirse que uno podría llevar adelante su vida y hasta destacarse en su trabajo, su profesión o sus relaciones sociales, sin haber dado la respuesta a ellos, o incluso sin habérselos planteado.

· No son asuntos concretos: en ellos aparecen involucradas todas las cosas, o todas las personas, o todas las épocas de la historia. Cuando hacemos preguntas tales como “¿Cuál es el sentido de la vida?” o “¿Qué es la verdad?”, no pensamos en la vida de alguien en especial, o en la verdad acerca de algún tema especifico.

· No son asuntos urgentes: ciertamente que podemos estar muy interesados en resolverlos, pero la respuesta que buscamos tiene tal trascendencia que no nos permitimos un error provocado por el apresuramiento. Desde el comienzo sentimos que son cuestiones graves y densas que demandan una reflexión intensa y sostenida, y seria irreverente contestarlas con ligereza, o a modo de un recetario de autoayuda.

Esta comparación nos permite distinguir entonces, como dos niveles de indagación. La información es una respuesta definitiva y expresada de modo exhaustivo. La distancia entre la Tierra y el Sol es un número, y nada más. La causa del SIDA es un virus, y una vez identificado ya no tiene sentido buscar nada más. En general, los problemas así entendidos son objeto de las ciencias particulares. Y por este motivo las cuestiones científicas suelen restringirse a una época determinada: la naturaleza del fuego, la estructura del Sistema Solar, el tamaño de la Tierra, la causa de la lluvia o de las erupciones volcánicas, el antídoto contra la poliomielitis, son temas ya superados que ceden su puesto a otros todavía no resueltos. A veces es posible que no se llegue a una respuesta. Algunos problemas pueden estar más allá del alcance natural de la razón humana. Tal vez nunca sepamos como fue el origen del Universo, o cuando apareció el hombre sobre la Tierra, o cuál es el tratamiento eficaz e infalible contra el cáncer. Pero ello no quita que esa respuesta sea expresable de un modo concreto y terminante, alguna vez.

Ahora bien, aquellas preguntas que van mas allá de lo que llamamos información constituyen los planteos filosóficos. Hay en ellos algo inasible y misterioso, pero no en el sentido de lo oscuro o irracional. En verdad, sucede lo contrario. No podemos comprender del todo la respuesta a esas preguntas porque tienen demasiada luz. En el ejemplo de la Grecia clásica, es como el Sol, al que no podemos ver directamente pues nos enceguece con su resplandor. Por eso el filósofo, como la lechuza, debe esperar que anochezca para poder discernir entre las sombras lo que no puede comprender en pleno día. El ser de las cosas es una fuente de luz para nuestro entendimiento. Y esa luminosidad es intrínsecamente inagotable, hay en la realidad abismos insondables, de verdades, abismos que ningún espíritu finito podría sortear jamás. El rasgo peculiar de la verdad filosófica es el no ser nunca exhaustiva, el dar cada vez una nueva perspectiva, un nuevo mensaje que enriquece y perfecciona lo anterior.

Los temas filosóficos, a diferencia de la mera información, son relativamente escasos en número, pero jamás caducan, y la reflexión sobre ellos se encadena de generación en generación. Nunca podremos dar una respuesta completa al enigma de la vida y de la muerte, del bien y del mal, de Dios y del hombre, del amor y la belleza. Es verdad que hay problemas a cuya solución la ciencia se aproxima indefinidamente sin alcanzarla, pero solo desde el punto de vista cuantitativo, y no conceptual. Siempre puede mejorarse la precisión de una ley física o la determinación del valor de una constante. Pero allí es mas la limitación de los métodos que la profundidad de las cosas lo que esta en juego.

Vamos a decir entonces que la filosofía es como una experiencia de lo infinito. A diferencia de las demás disciplinas, su objeto es el centro mismo, el núcleo del que irradia la luz de las cosas, y por eso nunca puede descansar en una respuesta definitiva. Como lo enseña Juan Pablo II el conocimiento del hombre es un camino que no tiene descanso (Fides et Ratio n.18), porque su destino es descubrir en el lenguaje de las cosas el texto inabarcable de su Creador. El rasgo mas notable de la filosofía es quizá su incesante peregrinar, el volver una y otra vez sobre las mismas preguntas, en una suerte de progreso no lineal sino hacia lo profundo, en un movimiento espiralado. Cada persona, cada época, cada cultura, renuevan su pregunta filosófica, buscan respuestas esenciales en medio de la novedad permanente de la vida y sienten una apasionada atracción por la verdad profunda y misteriosa.

Por eso no debe escandalizarnos que los debates actuales de la filosofía tengan como protagonistas a pensadores de la Antigüedad, como Tales, Heráclito, Platón o Aristóteles. Quien, como ellos, cultiva el genuino espíritu de la filosofía, permanece vivo y lozano, y, su palabra nos llega desde un foro que esta más allá del tiempo.

Ahora bien, ¿Cómo se desencadena este interrogante fundamental y tan propio del hombre? ¿Qué es lo que inspira la formulación de la pregunta filosófica? En un mundo donde parece no haber tiempo mas que para cuestiones laborales, puntuales, y apremiantes ; donde todo exige premura e irreflexión; donde todos los pensamientos parecen encaminarse inexorablemente por el cauce de la lógica despiadada del rendimiento; en un ámbito así ¿Cómo encontrar espacio para un planteo diferente?

Aunque esta problemática parezca limitada al presente, la indiferencia del hombre común ante las grandes preguntas ha sido meditada desde los tiempos de Platón y Aristóteles. Haciendo una síntesis de esa larga tradición, un pensador del siglo XX, K. Jaspers, nos dice que el origen del filosofar se encuentra en:

· El asombro que nos produce la realidad cuando dejamos de mirarla con los ojos del acostumbramiento, cuando rompemos el caparazón de lo superficial, de lo que parece vivo, y llegamos a descubrir lo verdaderamente extraordinario que hay en las cosas. No se trata del asombro de un espectador de circo o del testimonio atónito de un hecho infrecuente o desproporcionado. Es la admiración por la vida, por la regularidad y el orden de la naturaleza, por la inmensidad del cielo estrellado, por la sobrecogedora belleza de un paisaje crepuscular, por el regalo cotidiano de la amistad.

· La duda que surge cuando se conmueven nuestras certezas, cuando los pensamientos o los hechos parecen desmentir las convicciones mas firmes, cuando pasamos de la placida seguridad de la propia perspectiva al terreno siempre incomodo y neblinoso de la mirada ajena. El saber, según ya hemos visto, es un camino de desengaños, y a menudo quedamos desamparados entre dos o más respuestas posibles.

· Las situaciones limite, definidas como aquellas que están mas allá del dominio de la persona. Son aquellas circunstancias cuya sola presencia es inexplicable, y ante las cuales nos sentimos impotentes, sin recursos. Son vivencias especialmente fuertes en el mundo de hoy, en el cual el progreso nos ha acostumbrado a ver que todo funciona, que todo es posible, que no hay imprevistos. El ímpetu de la técnica nos hace derribar todos los muros y vadear todos los obstáculos. Por eso, ante lo inexorable, lo fatal, lo sorpresivo, lo inaudito, sentimos un hondo estremecimiento, una molesta sensación de fragilidad y nos brota espontánea y clamorosa pregunta: ¿Por qué?, ¿Por qué esto? , ¿Por qué a mi? , ¿Por qué ahora? , ¿Qué vendrá luego? Si bien es común ejemplificar este tema con la muerte, el dolor, la soledad o la injusticia, digamos también que las situaciones límite no son necesariamente negativas. También la experimentan los que salvan milagrosamente su vida, los enamorados, los que engendran un hijo, los que encuentran pronto alguna esperanza. Pero en un caso y el otro, estas encrucijadas vitales son el estimulo mas provocador para la reflexión filosófica.

Lo que debe enfatizarse no es solamente la perennidad de las grandes demandas filosóficas, sino también la perpetua motivación que anima al espíritu del hombre a ir en pos de una respuesta a esos misterios. Bien podría suceder que una cuestión no se agotase, pero si el interés del hombre por ella. No es por cierto el caso de la filosofía, porque en ella se cumple acabadamente la sentencia de Aristóteles: Todos los hombres desean por naturaleza saber. El deseo de saber no se detiene en las fronteras el misterio. El hombre es consciente del valor elevante, incluso salvifíco, de esa verdad que resplandece en las cosas. Y por eso camina sin disimular su afán por alcanzar esa revelación que lo ilumine y lo conforte en su necesidad de sentido.

….el hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y mas se conoce a si mismo en su unicidad, le resulta mas urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia. Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se convierte por ello en parte de nuestra vida (…) en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿Quién soy? ¿De donde vengo y a donde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida? (…) Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad del sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia. El deseo de conocer es tan grande y supone tal dinamismo que el corazón del hombre, incluso desde la experiencia de su limite insuperable, suspira hacia la infinita riqueza que esta mas allá, porque intuye que en ella esta guardada la respuesta satisfactoria para cada pregunta aún no resuelta. Fides et Ratio nn. 1 y 17.

A pesar de lo que pueda parecer, no es valido decir que la información es objetiva e igual para todos, mientras los planteos filosóficos aceptan tantas respuestas como sujetos se los planteen. Debido a la desmesurada dificultan que cabe reconocer en su tratamiento, se supone, erróneamente, que no hay certezas en este campo, y que la verdad es tal como cada uno ve. Se aduce a prueba la casi incondicional unanimidad de los científicos en sus afirmaciones, en contraste con la interminable galería de opiniones contradictorias entre los filósofos o de la gente que simplemente piensa. Esta objeción ha sido el alimento de una tendencia enfermiza y destructiva para la razón: el escepticismo. La claudicación de la mente ante las dificultades de la tarea filosófica es un signo alarmante, porque supone desconocer la ordenación esencial del hombre a la verdad y el menoscabo de su capacidad para alcanzarla.

prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad. Es como si nos encontrásemos ante una filosofía implícita por la cual cada uno cree conocer estos principios, aunque de forma genérica y no refleja. Estos conocimientos, precisamente porque son compartidos en cierto modo por todos, deberían ser como un punto de referencia para las diversas escuelas filosóficas (…) sobre todo en nuestro tiempo, la búsqueda de la verdad última parece a menudo oscurecida. Así ha sucedido que, en lugar de expresar mejor la tendencia hacia la verdad, la razón, bajo el peso de tanto saber, se ha doblegado sobre si misma haciéndose, día tras día, incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a alcanzar la verdad del ser. La filosofía moderna, dejando de orientar su investigación sobre el ser, ha concentrado la propia búsqueda sobre el conocimiento humano. En lugar de apoyarse sobre la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar sus limites y condicionamientos. Ello ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escéptico general. Recientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinas que tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombre estaba seguro de haber alcanzado. La legítima pluralidad de posiciones han dado paso a un pluralismo indiferenciado basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente validas. Este es uno de los síntomas mas difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual. No se substraen a esta prevención ni siquiera algunas concepciones de vida provenientes de Oriente, en ellas, en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo del presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas doctrinas, incluso contradictorias entre si. En esta perspectiva, todo se reduce a opinión. Se tiene la impresión de que se trata de un movimiento ondulante: mientras por una parte la reflexión filosófica ha logrado situarse en el camino que la hace cada vez mas cercana a la existencia humana y a su modo de expresarse, por otra tiende a hacer consideraciones existenciales, hermenéuticas o lingüísticas que presiden de la cuestión radical sobre la verdad de la vida personal, del ser, y de Dios. En consecuencia han surgido en el hombre contemporáneo, y no solo entre algunos filósofos, actitudes de difusa desconfianza respecto de los grandes recursos cognoscitivos del ser humano. Con falsa modestia, se conforman con verdades parciales y provisionales, sin intentar hacer preguntas radicales sobre el sentido y el fundamento ultimo de la vida humana, personal, y social. Ha decaído, en definitiva, la esperanza de poder recibir de la filosofía respuestas definitivas a tales preguntas. Fides et Ratio nn.4-5

Ya se ha hecho referencia a esta cuestión en la unidad 2. Allí decíamos que la verdad es el término natural de la actividad intelectual, y que de hecho existe un patrimonio de verdades incuestionables y definitivas. También se reconocía la presencia de factores perturbadores en la búsqueda de la verdad, cuyo influjo es más apreciable a medida que se vuelve más difícil el objeto de estudio. Por eso la tenacidad en la búsqueda, la firmeza en la adhesión y la humildad en todo momento son exigencias que se plantean como impostergables para la tarea filosófica. Esto nos conduce a meditar sobre la importancia de la actitud filosófica.

3. La filosofía como amor a la sabiduría

Esta caracterización clásica del quehacer filosófico se refleja en la etimología de la palabra, ya que en griego el término filosofía quiere decir, justamente, amor a la sabiduría. Este amor no es sino una manifestación, seguramente la más intima, de aquel deseo natural que hemos señalado reiteradamente. El hombre no puede alcanzar su plenitud sino por medio de la actividad de sus facultades más nobles, a saber, el intelecto y la voluntad. Y el objeto de esas facultades es el ente, y el bien sin restricciones. Por eso habita en el corazón humano una vocación insaciable por alcanzar el conocimiento de la verdad, y la filosofía es la expresión mas profunda de esa tendencia.

… la filosofía,… contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: esta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad. El termino filosofía según la etimología griega significa “amor a la sabiduría”. De hecho, la filosofía nació y se desarrollo desde el momento en que el hombre empezó a interrogarse sobre el por que de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. Fides et Ratio n.3.

Es impostergable advertir que la filosofía es el único saber que implica esencialmente una actitud tan especial, tan intensa y espiritual. Siempre que pensamos en una ciencia u otra actividad relacionada con el conocimiento dejamos de lado cualquier referencia a lo afectivo. Nos parece, en efecto, que la disciplina, el rigor y la objetividad que exige la tarea intelectual no pueden mezclarse con los sentimientos. Más aún, diríamos que, desde el punto de vista metodológico, la única actitud que cabe es la de separar el estudio de la verdad de toda connotación sentimental o personal.

Sin embargo, en el caso de la filosofía parece que ello no ocurre. De acuerdo al sentido de la palabra, no es posible hacer filosofía sin amor. Desde ya, no es necesario admitir explícitamente que la ciencia y la filosofía, como cualquier otra actividad humana, se realizan de mejor manera si hay amor por ella que si no la hay. Se presume que todo científico ama su tarea, que la cultiva por vocación, y que esa actitud predispone mucho mejor para desarrollarla convenientemente. Decía San Agustín: “No hay verdad si no hay amor”, es decir que, salvo que pongamos un gran amor, no llegamos a la verdad plena.

Pero en el caso de la filosofía, el termino “amor” ocupa un lugar mas fuerte y preponderante. No existe una “filomatemática” o una “filoquímica” o una “filohistoria”. En las demás ciencias el amor puede estar presente como una circunstancia favorable, pero en la filosofía el amor desempeña un rol esencial. Está dentro mismo de la palabra. De modo que no se entenderá cabalmente el sentido de la filosofía sin indagar por qué el amor le es tan connatural.

Para entender la actitud de amor propia de la filosofía debemos proponer algunas características que supone el amor en cuanto tal. No es sencillo definirlas, pues se trata, justamente, de un término de amplísimo contenido.

Desde los gestos más heroicos hasta los más aberrantes pueden estar impulsados por el amor. Pero a modo de aproximación sugerimos lo siguiente;

· Desinterés: el amor auténtico y maduro no es el que gira alrededor del yo sino el que sirve incondicionalmente al ser amado. Aquí desinterés significa: no me interesa más que el otro, ni su belleza, ni su dinero, ni el placer que me proporcione, ni las ventajas que me depare mi relación con esa persona, sino solamente ella misma. El amor es por naturaleza abnegado y benevolente.

· Aceptación: el principio del amor está en el conocimiento de lo amado, y un amor verdadero solo puede provenir de un conocimiento verdadero. Pero no basta con preservar la imagen de lo amado de cualquier falsa atribución (pues a muchos les ocurre lo que al Quijote, cuya pasión desequilibrada le hacía ver en Dulcinea una belleza que por cierto no tenía). Es mas preciso amar al otro a pesar de todas las limitaciones y defectos que pueda tener. Como enseña San Agustín, solo en Dios podrá aquietarse el deseo del corazón humano. El amor por las cosas creadas, aún tratándose de personas, nunca será capaz de colmarnos, porque se encuentra con los límites e imperfecciones de una realidad que no es la del mismo Dios. De modo que el que ama debe aceptar lo que el otro no tiene, lo que el otro no le exige.

· Compromiso: el amor implica entrega y donación de si, pero en sus formas mas intensas esa donación exige compromiso, o sea darse al otro futuro, ser capaz de afirmar la oblación de sí mismo en una suerte de “si continuo”. Comprometerse quiere decir amar sin condiciones, sin salvedades, sin lugar para las excusas, y perseverar hasta el fin.

Ahora bien, ¿Qué tiene que ver todo esto con la filosofía? ¿En que sentido no es posible hacer la filosofía sin contar con estas cualidades? No es sencillo responder estas cuestiones a los jóvenes, quienes, como sabe suponer, no han hecho aun su propia experiencia en este ámbito, y probablemente nunca la hagan como una vocación. Las exigencias del amor filosófico solo pueden hacerse patentes en la experiencia, en la milicia cotidiana de la vida. Pero, al menos descriptivamente, trataremos de acercarnos a esa vivencia.

La filosofía supone desinterés. Se trata, efectivamente, de una ciencia teórica, cuya razón de ser está en la contemplación de la verdad y no en la utilidad que ese conocimiento pueda proporcionar. Es un quehacer totalmente alejado de los intereses materiales, y seguramente no es el camino que conduce al triunfo en lo económico, o en lo social, o en lo político. En un mundo calculador y mezquino la filosofía puede parecer una perdida de tiempo, un esfuerzo estéril e injustificado.

La filosofía exige aceptación. Pero ¿Qué es lo que el filosofo tiene que aceptar? Ante todo, la incomprensión y la soledad. Son muy pocos los que están dispuestos a acompañarnos más allá de un corto trecho en el camino de la filosofía. Casi todo el mundo quiere respuestas rápidas, prácticas, contundentes y efectivas. No están dispuestos a esforzarse para subir hasta lo esencial y fundante, para detenerse serenamente en la reflexión desde los grandes principios. No se sienten dispuestos a ese retiro espiritual que impone la meditación y el ensimismamiento.

Para colmo, la empresa filosófica es seguramente la más difícil que se puede proponer la inteligencia, y por eso mismo sus resultados son los mas modestos. Ya hemos hecho referencia a la tentación del escepticismo. Es que no es sencillo aferrarse a la verdad cuando no se ve claro. No es grato hablar acerca de la existencia de Dios, o de la inmortalidad del alma, o de la virtud, cuando las pruebas que tenemos acerca de estas cosas son a la vez inapelables pero muy diferentes a las que pretende la mayoría. Es un desafío ser realista sin confundir la verdadera realidad con la cáscara decorativa que muchas veces se nos quiere entregar a cambio. El filósofo, en suma, debe resignarse a convivir con el misterio, con una revelación que se posterga, con un supuesto saber que termina anonadándose ante la propia ignorancia.

Pero, por sobre todo, el filósofo debe tener coraje. Porque las verdades que él estudia no son ajenas a su realidad, no están al margen de su propio drama. Las verdades científicas nos resultan, en este sentido, más o menos indiferentes. No nos decepciona el contenido de un teorema matemático, ni nos pone eufóricos enterarnos de quienes fueron los emperadores de Roma, ni estamos ansiosos por averiguar en que época apareció el primer hombre sobre la tierra. Esas verdades nos ilustran. Pero las verdades filosóficas nos involucran. ¿O acaso no nos sentiríamos profundamente desengañados si la filosofía nos dijera que Dios no existe, o que no hay vida después de la muerte, o que no somos libres sino juguetes del destino? Por eso bien se dice “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. En la filosofía hay que entender, pero además hay que querer entender, y aceptar la realidad por más importuna que sea.

Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con esa transparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal. Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la verdad. Más aún, el hombre también la evita a veces en cuanto comienza a divisarla, porque teme sus exigencias. Fides et Ratio n. 28.

Y, finalmente, no puede haber filosofía sin compromiso. Porque las verdades filosóficas son verdades existenciales, que no quedan solo en la inteligencia sino que interpelan a toda la persona. Son verdades que exigen una afirmación desde la conducta, desde una toma de posición. Nadie da la vida por el teorema de Pitágoras, si se hace una huelga por tiempo indeterminado por el reconocimiento de la teoría de la evolución, ni se abraza la causa de la reivindicación del pueblo etrusco. Pero las convicciones filosóficas reclaman coherencia. No se puede ser materialista y valorar la cultura. No se puede ser ateo y hablar de esperanza. No se puede defender los valores desde la cátedra y traicionarlos en la vida.

En este sentido, todos los autores reconocen a Sócrates como el modelo, el ejemplo más insigne de testimonio filosófico. Vivió en Atenas en el siglo V a C. Conoció el esplendor de los tiempos de Pericles, luchó valerosamente en la guerra del Peloponeso contra Esparta, y fue testigo de la derrota y decadencia de su amada ciudad. Contrariado por la corrupción de los poderes, el deterioro de las costumbres y tradiciones y la disolución de la moral, salió a las calles a predicar el amor a la verdad y al bien, la practica de la ciencia y la virtud y a denunciar la falsa sabiduría que enriquecía a unos y embaucaba a los demás. Su estilo era el dialogo con la gente y la polémica con sus adversarios. A fin de no condicionarse, enseñaba gratis sin otro sustento que una mínima renta heredada de su padre, lo que le obligaba a una vida extremadamente austera. Sus enemigos lo acusaron falsamente de atentar contra la religión de estado y de corromper a los jóvenes. A pesar de su brillante defensa ante la Asamblea, fue declarado culpable y condenado a muerte. Incluso se le ofreció la alternativa de una fianza, o el destierro, o la simple promesa de no volver a hablar. Pero Sócrates rechazo esas opciones porque hubiesen significado mucho admitir culpabilidad, traicionar a su Patria y abandonar si misión, que él consideraba sagrada. Estando en prisión sus amigos le ofrecieron la posibilidad de sobornar a los guardias para que huyera, pero se opuso para no contradecir lo que había sostenido desde siempre: que la ley debe ser acatada aunque nos parezca injusta, y que jamás debe devolverse el mal a cambio del mal. Y así, con entereza y dignidad, acepto la muerte con la serena convicción de que su actitud encontraría recompensa en otra vida.

Habiéndose detenido sobre la filosofía como amor, meditemos sobre el objeto de tal amor: la sabiduría. En cuanto al término sabiduría, proviene de una vieja tradición. Antiguamente se aplicaba como titulo de excelencia en el ejercicio de una cierta virtud. Así se decía que alguien era sabio si demostraba pericia en el arte de navegar, de forjar escudos o de componer canciones. Mas tarde se restringió al orden del conocimiento, pero tomado en un sentido experiencial, como una cierta prudencia para juzgar equilibradamente acerca de los asuntos de la vida. Generalmente se la asociaba con la ancianidad (por eso los cuerpos colegiados de gobierno solían estar integrados por hombres de edad avanzada) y circulaba de generación en generación bajo la forma de proverbios o sentencias.

Cuando surgen las disciplinas científicas y alcanzan cierto grado de especificidad se llega a la acepción más estricta del término, que pasa a indicar la forma más acabada del saber en cuanto es una contemplación de las causas supremas, del fundamente último y definitivo de todo lo existente. El sabio es aquel que puede mirar la realidad desde una perspectiva totalizante, desde la altura de sus principios. Lo propio del sabio no es ir al detalle, a la causa inmediata, sino que juzga según lo esencial y, en última instancia, según la relación con Dios. El medico sabio es que sabe que la batalla contra la muerte a la larga siempre pierde. El abogado sabio es el que sabe que la justicia humana es tan imperfecta como el hombre mismo. Y el filósofo es el más sabio en la medida en que, como decía también Sócrates, asume la conciencia de su propia ignorancia porque se sitúa frente a una verdad tan honda y caudalosa que lo supera, aún cuando logre conocer muchas cosas.

En última instancia, amor y sabiduría se funden, porque el amor a la verdad no se detiene hasta alcanzar la cumbre, que es la sabiduría. Y el verdadero sabio no puede sino vivir según su sabiduría, encarnarla en cada uno de los actos de su vida. Esta síntesis, esta armonía de conocimiento y amor, de verdad y testimonio, es la máxima aspiración de la naturaleza humana en esta vida.

El hombre, por su naturaleza, busca la verdad. Esta búsqueda no está destinada solo a la conquista de verdades parciales, factuales o científicas; no busca solo el verdadero bien para cada una de sus decisiones. Su búsqueda tiende hacia la verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el absoluto. Gracias a la capacidad del pensamiento, el hombre puede encontrar y reconocer esta verdad. En cuanto vital y esencial para su existencia, esta verdad se logra no solo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma. La capacidad y la opción de confiarse a uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos. (…) la razón necesita ser sostenida en su búsqueda por un dialogo confiado y una amistad sincera. El clima de sospecha y de desconfianza, que a veces rodea la investigación especulativa, olvida la enseñanza de los filósofos antiguos, quienes consideraban la amistad como uno de los contextos más adecuados para el buen filosofar. Fides et Ratio n.33.

4. El ocio y la vida del espíritu

En un pasaje anterior mencionábamos la significación del conocimiento como forma de vida, como capacidad de relación más íntima y perfecta. Gracias al conocimiento, en animal puede superar la limitación de la materia, del contacto corporal, y vincularse con su entorno de un modo más diverso y abarcativo.

Sin embargo, como sagazmente lo han advertido los expertos, el conocimiento de los animales está totalmente subordinado a sus intereses biológicos. Sus facultades están unilateralmente adaptadas para reconocer y atender en forma exclusiva aquellas realidades significativas para la supervivencia. El instinto orienta la búsqueda del animal de modo que solo repara en aquello que se asocia a sus necesidades. El resto es inadvertido, como si no existiera. Así, hay muchas cosas alrededor de una vaca que sus sentidos estarían en condiciones de captar en términos de alcance. Pero del agua, el toro, el ternero, y nada más. Para caracterizar este escenario peculiar y restringido de la vivencia de un animal hablamos de mundo circundante. No se trata, insistimos, de lo que es accesible en términos de distancia, sino de todo, y solo todo lo que tiene que ver con las necesidades materiales.

El hombre, en razón de su naturaleza animal, vive expuesto a necesidades corporales y biológicas impostergables. La comida, el abrigo, la seguridad, la salud, la crianza, son demandas cotidianas a las que no puede desoír. Es de suponer que, en las condiciones primitivas, el hombre se encontraría permanentemente ocupado en atender esos reclamos. Pero, en algún momento, al progresar en el conocimiento y el dominio de la naturaleza, habrá logrado superar ese estado de precariedad y urgencia. El cultivo de la tierra la domesticación de los animales, en suma, la vida sedentaria, le proporcionaron cierto control y disponibilidad. Es así que, tarde o temprano, y paulatinamente, aparece en la vida humana eso que hoy llamamos el tiempo libre, un espacio no requerido por sus necesidades vitales. Hasta ese momento, el hombre estaba encerrado en el mundo circundante, solo se interesaba en cómo resolver los problemas de la subsistencia. Pero al encontrar el desahogo pudo abrir su espíritu a una inquietud diferente. Ya no se trataba de ver las cosas en relación a sus propios intereses, sino de entenderlas tal como son en sí mismas. La cuestión ahora no es el cómo sino el por qué, una pregunta que, si bien se mira, es estrictamente inútil. Aparecen los interrogantes acerca del cielo, de la vida, del dolor, del olvido, de la justicia, de la muerte. Aparecen las pinturas rupestres, los ritos funerarios, la poesía y la danza, y finalmente la ciencia. En definitiva, el hombre se relaciona con la totalidad de las cosas, y eso llamamos mundo, a secas.

Detrás de esta actividad también hay una necesidad, pero en este caso de tipo espiritual. Es la necesidad de comprender, de expresar asombro, de sobrecogerse ante la conciencia de lo maravilloso. En última instancia, estamos ante la esencia misma de lo espiritual, que es esa plenitud de apertura e interioridad de la que hablamos anteriormente. El espíritu es aquello capaz de entrar en relación con el mundo.

Movido por el deseo de descubrir la verdad última sobre la existencia, el hombre trata de adquirir los conocimientos universales que le permiten comprenderse mejor y progresar en la realización de sí mismo. Los conocimientos fundamentales derivan del asombro suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales comparte el destino. De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el hombre caería en la repetitividad, y poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal. Fides et Ratio n.4.

Ahora bien, precisamente porque el hombre está inmerso en el reino material, se expone a necesidades físicas. La posibilidad de quebrar el condicionamiento de esas necesidades depende del margen de reposo que él pueda conseguir, o de la capacidad de discernir entre las necesidades auténticas y las ficticias, o de entereza anímica para sobreponerse al agobio de esas necesidades, si acaso no le dan tregua, y ver más allá de ellas la dimensión de lo trascendente. Cuando el hombre logra ese clima privilegiado, esa ruptura con el mundo circundante, ese contacto pleno y desinteresado con lo absoluto e intemporal, entonces ha llegado al estado de ocio. El ocio es, pues, la actitud, la atmósfera propia de la vida espiritual en su relación con el mundo. Es una mirada despojada de ambición, liberada de todo apremio, ajena a todo rendimiento. Es un gesto de apertura que se abandona incondicionalmente a la iniciativa de las cosas, que no pretende más que entrar en la relación vital con la verdad, el bien y la belleza.

El ocio, en este sentido, no se compara con la ociosidad, con el simple no hacer nada. El que está en situación de ocio aparenta inactividad, pero en realidad tiene todo su ser volcado en la intensidad de una experiencia elevante. No está, como dicen algunos, distraído, sino abstraído, apartado del ritmo laborioso de la rutina, absorto en un diálogo profundo con el ser.

Teniendo en cuenta esta descripción, es claro que el ocio representa el modo de vida más propiamente humano. Es verdad que la situación concreta del hombre le impone un duro régimen de ocupación para solventar sus necesidades biológicas. Todas aquellas actividades a las que dedicamos la mayor parte del tiempo y que tienen por objeto proporcionarnos los medios de vida pueden agruparse bajo el nombre genérico de trabajo. Pero justamente el trabajo es propio del hombre, en cuanto sujeto al mundo circundante. No por ello deja de ser digno, ni pierde la impronta de lo espiritual, pero en todo caso es más bien un medio, y no un fin. Parafraseando a Aristóteles, no estamos en ocio para trabajar, sino que trabajamos para alcanzar el ocio. En el ocio el espíritu alcanza la máxima altura que le es dada en esta vida. En el ocio podemos despegar lo más hondo y valioso. Y por eso, en esos ratos, en esos pasajes efímeros que nos concede la vida, sentimos más que nunca una sensación de plenitud, de conformidad con nuestra naturaleza, de impasible serenidad. Y por eso, porque el ocio es lo más auténticamente humano, los antiguos pensaban que el trabajo no es más que la negación, la privación del ocio, es decir, el negocio.

Debemos insistir en estos conceptos para que no se restrinja indebidamente su alcance. Hablar de trabajo o negocio significa en este caso no solamente la ocupación rentada, el empleo en una fábrica u oficina, sino también el estudio, las faenas hogareñas, la higiene, la atención de la salud, los trámites de todo tipo, los viajes hacia cada uno de estos lugares, en fin, todo lo que se relaciona con nuestro mundo circundante. El ocio, en cambio, es propio de la actividad científica teórica, del arte, tanto en la composición como en la apreciación, de la religión, y del amor. Incluso se da el ocio cuando, puestos en una situación límite, sentimos el estremecimiento de nuestra fragilidad.

Mientras el trabajo supone actividad transformadora y dominante, y el consiguiente esfuerzo, el ocio es, por el contrario, receptividad y contemplación festiva. Por eso no debe confundirse con el descanso, porque uno descansa de trabajar y para seguir trabajando. El descanso también es parte del mundo del trabajo. El ocio no tiene un sentido reparador, sino que gravita en torno a otros intereses, a otra dimensión.

Debe entenderse, también, que la distinción entre ocio y trabajo no siempre es visible a los demás, ni se reduce a una clasificación de quehaceres. Por eso decíamos que el estudio, en el sentido institucional, sujeto a determinadas exigencias de calendario y aprobación, y aún tratándose del estudio de materias asociadas al ocio, forma parte del trabajo, porque se hace en función de un logro tangible, de un rendimiento, de un título o salida laboral. De la misma manera que hay ciertas actividades laboriosas que, por su carácter mecánico, dejan libre la atención para volcarse al ocio.

Esta consideración acerca del ocio pretende destacar la extrema importancia que le cabe como actitud propia del filósofo. Si bien el ocio está presupuesto, como acabamos de señalar, en todo el ámbito de la ciencia teórica (porque no aspira a otro fin que el mismo saber), se vuelve particularmente significativo en el caso de la filosofía. Sólo a través de la suerte de purificación que nos concede el ocio podemos emprender la contemplación desinteresada y generosa de la realidad. Ya sabemos de ante mano que lo que la filosofía tiene para decirnos no es algo útil, ni funcional, ni práctico. Incluso es probable que el tiempo que dediquemos a esa reflexión podríamos aprovecharlo para un mayor rendimiento en nuestro trabajo. Por eso, si no contamos con esa actitud de apertura, de mansedumbre, de afincada convicción acerca de la importancia, medida en otra escala, del conocimiento de las causas primeras, no alcanzaremos la disposición necesaria para el ejercicio de la filosofía.

Vale decir aquí que, si bien hemos desarrollado este tema en el capítulo acerca de la filosofía porque es donde aparece con mayor vigor, se trata de una cuestión que atañe, en última instancia, a todo aquel que se esmera en llegar a la verdad. Hablando más en particular, todos los que se relacionan con ese objetivo a través de la vida universitaria deben cultivar y apreciar el ocio. Nadie puede tener serias aspiraciones de conocer el ser propio de las cosas si no es capaz de tomar distancia de las presiones económicas, políticas, afectivas o de cualquier otra índole. Nadie puede condicionar la búsqueda del saber al rédito material que de él se obtenga. El mundo en que vivimos es especialmente adverso a esta postura. Por eso debe insistirse en reclamar a quien se siente movido por una vocación universitaria no sólo la capacidad intelectual, sino también una actitud de servicio cabal a la verdad, una actitud de apertura universal libre de mezquindades, en pocas palabras: una actitud de ocio.

Un gran reto que tenemos al final de este milenio es el de saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia; incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad del hombre y su espiritualidad, es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual y el fundamento en que se apoya. Fides et Ratio n.83.

5. La filosofía como ciencia

Hasta aquí hemos puesto el acento en el saber filosófico entendido como actitud, como postura espiritual. Ahora se trata de exponer lo que se llama definición real de filosofía, es decir de considerarla en cuanto saber. Nuevamente nos enfrentamos ante una cuestión discutida. Pero seguramente no estaremos lejos de la verdad al definir la filosofía como la ciencia que estudia la totalidad de las cosas por sus causase primeras, según la luz natural de la razón.

La filosofía es una ciencia, y aquí apelamos a la significación planteada en la unidad 2, como saber causal, de un objeto universal y necesario, conocido en forma metódica y sistemática. Muchos creen que la condición de ciencia es inapropiada para la filosofía, ya sea porque subrayan casi con exclusividad la actitud filosófica sin considerar el contenido, ya sea porque les parece que lo misterioso, a lo que nos referimos al empezar la Unidad, no puede encerrarse en el estrecho molde del conocimiento científico. Hay algo de razón en esto, y no es fácil puntualizar en qué medida la filosofía es una ciencia y en qué medida parece trascender esa categoría.

Pero al menos, en una visión introductoria, nos parece incuestionable que la filosofía es un producto principalmente de la razón, y que por lo tanto obedece a las pautas que la razón exige por su naturaleza. La filosofía no puede prescindir del rigor de las definiciones y demostraciones, de la reflexión crítica de sus principios y del orden sistemático de sus conclusiones.

La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana, lleva a elaborar, a través de la actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir así, con la coherencia lógica de las afirmaciones y el carácter orgánico de los contenidos, un saber sistemático […] Cuando la razón logra intuir y formular los principios primeros y universales del ser y sacar correctamente de ellos conclusiones coherentes de orden lógico y deontológico, entonces puede considerarse una razón recta… Fides et Ratio n.4.

De acuerdo con ello, la filosofía no debe confundirse con la poesía, con el misticismo, con las reflexiones a menudo oportunistas y edulcoradas de algunos manuales de autoayuda, ni mucho menos con ese deambular errático y pretendidamente inspirado con el que las personas buscan, como se dice, “arreglar el mundo”. No negamos que sea lícito a cualquiera entregarse momentáneamente a un pensamiento de tipo filosófico, más aún, es un modo saludable de expresar interés por una perspectiva superior acerca de las cosas. Inclusive la filosofía respeta y estima, quizás más que ninguna otra ciencia, la voz que brota de un espíritu curtido por el dolor y el paso de los años. Pero no es justo ignorar que, más allá de esa instancia informal y espontánea, existe la filosofía como ciencia, como disciplina en sentido estricto, y sólo quienes se consagran a ella tienen la autoridad necesaria para opinar con seriedad y fundamento sobre las grandes cuestiones de la vida. Creer que uno es filósofo por haber dicho un par de frases interesantes es como creer que uno es un atleta olímpico por haber saltado un par de charcos en un día lluvioso.

De un modo casi reiterativo nos permitimos añadir que la filosofía como ciencia tampoco se confunde con el sentido actual de la palabra, y por eso suena extraño concebirla de ese modo. Cuando hoy se habla del progreso científico, o de la investigación científica, o de los enigmas de la ciencia, o de una academia de ciencias, se está aludiendo, evidentemente, a los físicos, biólogos, antropólogos o economistas, no a los filósofos. Y no parece inadecuada esa diferenciación lingüística a la luz de todos los contrates que hemos expuesto entre un modo de saber y el otro.

En cuanto al objeto material de la filosofía, es decir, aquello que su estudio abarca, es la totalidad de las cosas. En oposición a lo que acontece con las ciencias particulares, que deben esta denominación a la restricción de su objeto, y que además tienden a una creciente especialización, la filosofía se instala en un mirador desde el que domina todo lo real. Téngase en cuenta que no se trata de una totalidad asumida por acopio o suma de conocimientos particulares, como sería el caso de una enciclopedia. La filosofía intenta responder aquellas cuestiones que comprometen a la totalidad como totalidad, es decir en lo que todas las cosas tienen en común. Para ilustrarlo con un ejemplo histórico, digamos que desde siempre el hombre tuvo curiosidad por descubrir de qué están hechas las cosas: de qué está hecho el cielo, o el fuego, o la sangre, o la piedra. Pero alguien pregunto por primera vez: ¿De qué están hechas todas las cosas? , en el sentido de una materia universal, algo que subyace a toda transformación y a lo que todo, en última instancia, se reduce. Esa es una pregunta filosófica, no científica. También es posible preguntarse de dónde viene la lluvia, o la vida, o el amor, pero si uno se cuestiona ¿De dónde viene todo esto?, es decir, todo lo existente, se trata, una vez más, de una pregunta filosófica. Por eso algunos autores caracterizan a la filosofía como cosmovisión, visión del cosmos.

Para entender cumplidamente el fundamento de esa perspectiva de totalidad hay que considerar el objeto formal de la filosofía, el punto de vista de enfoque que ella adopta acerca de las cosas. Y, como ya se anticipo al clasificar las ciencias, la filosofía es el saber de las causas primeras. Nos remitimos a aquel pasaje para no repetirnos, pero añadiremos que no es posible asumir el objeto material y formal de la filosofía en estos términos sino partir de la naturaleza del intelecto humano. Recapitulando, se trata de una facultad cuyo objeto es el ser, y que por lo tanto puede conocer cada cosa en su ser propio (la esencia) como así también conocer la totalidad de las cosas en cuanto existentes, es decir, porque tienen ser. Es la inteligencia la que descubre, además, que el ser de las cosas es participado, o sea recibido de otro capaz de participarlo, y desde allí concibe la relación de causalidad. Y por último la inteligencia capta la cursiva necesidad de un ser absoluto, no restringido ni causado por otro, del que justamente todo depende, y al que llama causa primera. De esta manera la posibilidad de comprender el objeto de la filosofía depende estrechamente de la concepción que se asuma acerca de la inteligencia humana. Y por eso la valoración, y hasta la posibilidad misma de la filosofía han sido cuestionadas, sobre todo los últimos siglos, al poner bajo sospecha los alcances de la razón.

Es por eso, entonces, que la filosofía se instala en el punto de vista de la totalidad, porque una causa verdaderamente primera es causa de toda otra causa, y en última instancia de todo lo real. La mirada totalizante del filósofo no interpreta al ser como algo genérico, como una masa indiferenciada, sino como aquello que le da realidad a cada cosa, sin poder dejar de lado a ninguna. La filosofía, más que contemplar desde arriba, como parada en una nube, contempla desde dentro, tratando de llegar al núcleo, al corazón mismo de la realidad.

Algunos textos hablan del objeto formal de la filosofía identificándolo como las causas últimas. Parece una contradicción, pero no lo es. Nuevamente volvemos hacia atrás para evocar los modos típicos de la justificación racional. Entonces habíamos aclarado que lo más propio de la inteligencia humana, a raíz de su imperfección, es proceder de los efectos a las causas. Pues bien, en ese sentido es lógico que se conozcan en primer lugar las causas inmediatas, y que las causas primeras en el orden del ser sean las últimas en conocerse. La filosofía, entonces, es la empresa intelectual más exigente y, por así decirlo, lo último y más elevado que puede alcanzar la razón. No obstante, debe evitarse la significación puramente temporal, como si la filosofía fuese lo último en la historia de la humanidad o de la vida de cada hombre. Aunque se trata, en efecto, del saber más arduo, porque alude a las causas primeras, no siempre exige el conocimiento estricto de las causas segundas, en el tono en que lo proporcionan las ciencias particulares. De hecho, los grandes interrogantes y las teorías filosóficas más elaboradas se han dado con independencia del aporte científico, y en algunos casos a pesar de concepciones erróneas desde el punto de vista de la ciencia.

No conviene olvidar, por otra parte, que la noción de causa se distribuye analógicamente en cuatro especies: material, formal, eficiente y final. Y que en cada una de ellas es preciso distinguir el nivel primero y fundante del nivel secundario y fundado. La filosofía debe hacerse cargo de todas las variedades de causa, ya sea en cuanto confluyen en el ser, lo cual es propio de la metafísica, ya sea en referencia a lo primero en cada orden del ser, lo cual da origen a las diversas partes de la filosofía. La filosofía e la naturaleza se ocupa de las causas primeras de lo corpóreo, la antropología filosófica estudia las causas primeras del hombre, etcétera.

Para cerrar, un comentario sobre la última parte de la definición real de filosofía. Tal como se expondrá inmediatamente, aunque ya lo hemos anticipado, la filosofía no es la única sabiduría que el hombre puede poseer en este mundo. Siempre dentro del campo del saber científico (pues existe también una sabiduría que es don del Espíritu Santo), cabe hablar de la sabiduría teológica, que es aquella que versa sobre las causas primeras de todas las cosas a partir de un conocimiento sobrenatural que proviene de la Palabra de Dios sobre la que hablaremos en la siguiente unidad. Por lo tanto, lo que distingue a la filosofía de la teología es justamente lo que se expresa al hablar de la luz natural de la razón. Para decirlo del modo más sencillo posible, así como la vista no puede captar los colores sino gracias a la luz ambiente, aunque sea ella y no la luz la que propiamente ve, de la misma manera nuestra inteligencia depende de una cierta luz bajo la cual pueda reconocer el ser de las cosas. La fuente de dicha luz se conoce como intelecto agente, y se halla presente en cada uno cual si fuese un faro o linterna que permite discernir lo esencial y profundo de la realidad. Esa luz es natural, es decir, constitutiva de la naturaleza humana, y merced a ella es posible la actividad mental y más específicamente la ciencia y la filosofía.

En cambio, cuando se trata de la teología, interviene, además de la luz natural de la razón (pues el que hace teología es el hombre, y en todo momento debe recurrir a sus capacidades naturales de entendimiento), otra luz de carácter sobrenatural. Esta nueva luz no la poseemos como atributo de nuestra naturaleza, sino como un don gratuitamente recibido de Dios, o sea como una gracia. Es la luz sobrenatural de la fe, por lo cual somos capaces de asumir como verdadero lo que Dios nos revela mediante su Palabra. Por su origen divino, aunque se trate del mismo objeto, la teología va mucho más allá de la filosofía, poniéndonos en un sentido participado en la perspectiva del mismo Dios (la cual, por ser de Dios, no es una perspectiva, sino la Verdad en sí misma). Para explicitar todo esto daremos paso a la siguiente unidad.